La ocupación militar fue de la mano con la llegada de civiles, tanto chilenos como extranjeros, muchos de los cuales se dedicaron con engaños y artimañas a despojar a los locales de sus tierras, cubriéndolos con un manto de legalidad con la complicidad de autoridades chilenas. Así se fue concentrando la posesión de la tierra, adquirida fraudulentamente, usurpada y «legalizada», conformando grandes latifundios, donde encontramos apellidos como Ebensperger y Stegmeier terrenos que, posteriormente, serían vendidos a otros, quienes al comprarlos incurrirían en lo que hoy se llama delito de receptación.
Por: Arturo Bravo, 18 de abril de 2022
Publicado en cooperativa.cl
La situación de Ucrania, por todos conocida, consta al menos de tres características principales: 1, invasión militar; 2, despojo de territorios; y 3, matanza de población indefensa.
Todas estas características se dieron en lo que fue la ocupación y despojo del territorio mapuche al sur del río Biobío en el siglo XIX y comienzos del XX. Es la historia no contada entre los chilenos que aprendimos en el colegio. En una palabra, es «la historia secreta mapuche», como reza el título de la obra de Pedro Cayuqueo, que hasta ahora consta de dos volúmenes.
Si a esto le sumamos el libro «La historia del despojo» de Martín Correa», el triste y vergonzoso panorama de nuestra propia Ucrania, empieza a entenderse. De ahí que esta columna podría tener tantos títulos, como «violencia y contra-violencia»; claro, porque la violencia mapuche se da en respuesta a una primera violencia ejercida por quienes usurparon sus tierras.
Empecemos diciendo que una de las formas en que se ejerció la diplomacia con el pueblo mapuche fue la vía de los parlamentos, principalmente por parte de la corona española y en alguna ocasión por el naciente Estado chileno. Tanto en los parlamentos de Quilín de 1641 y 1647, como en el de Negrete de 1726, los españoles reconocen el estatus independiente del pueblo mapuche y de su territorio. En ellos, se reconocía como frontera el río Biobío, que ninguno podía cruzar sin permiso del otro, diferenciando así los territorios y jurisdicciones correspondientes.
Bernardo O’Higgins, en una carta que dirigió a los lonkos el 3 de agosto de 1817, les ofrece «una paz eterna y duradera entre este Gobierno y sus súbditos con todas las naciones que habitan desde la otra banda del Biobío hasta los confines de la Tierra» (Cayuqueo, vol. 1, pág. 51).
En el Parlamento de Tapihue, celebrado en 1825 bajo el gobierno de Ramón Freire, el Estado de Chile reconoce el límite fijado en los parlamentos anteriores y la autonomía del pueblo mapuche. A modo de ejemplo, su artículo 18 dice: «Los Gobernadores o Caciques, desde la ratificación de estos tratados, no permitirán que ningún chileno exista en los terrenos de su dominio por convenir así al mejor establecimiento de la paz y unión, seguridad general y particular de estos nuevos hermanos».
Estos acuerdos fueron rotos por el gobierno chileno con la ley, promulgada el 2 de julio de 1852, que crea la provincia de Arauco («curiosamente» la zona más álgida del conflicto), anexionando así territorios de soberanía mapuche, reconocidos en múltiples tratados, como los recién mencionados, e incluso en la misma ley, en su artículo 1º, cuando dice que «establece una nueva provincia con el nombre de provincia de Arauco, que comprenderá en su demarcación los territorios de indígenas situados al sur del Biobío…».
Con todas sus letras habla de territorio de indígenas. Es el comienzo de la invasión «cívico-militar» del territorio mapuche. La ocupación militar se llamará eufemísticamente «Pacificación de la Araucanía» y fue llevada a cabo literalmente a sangre y fuego.
En una intervención del diputado Benjamín Vicuña Mackenna el año 1868 ante el Congreso Nacional, donde se manifiesta a favor de la invasión ya iniciada al Wallmapu, relata un episodio ocurrido en 1825, encomiando a su protagonista, un capitán llamado Luis Ríos: «Cansado de los bárbaros se propuso un día celebrar bajo su propia responsabilidad cierto parlamento, al que convidó a más de cien caciques y mocetones, y entre ellos uno tan anciano que se hallaba ya completamente ciego. Comenzada la fiesta los indios se embriagaron y cuando estaban postrados por el suelo, Ríos mandó a sus cazadores que sacasen los sables y los degollasen a todos. Sólo el cacique ciego escapó con vida». Feroz parlamento.
En carta del lonko Wentekol del 24 de septiembre de 1861, dirigida al mismísimo Presidente José Joaquín Pérez, cuenta que el comandante Domingo Salvo «pasó el Biobío a quemar sembrados, casas, cautivar familias para venderlas como esclavas, robarnos nuestros animales». Los incendios eran, sorprendentemente para nosotros, provocados por chilenos.
La ocupación militar fue de la mano con la llegada de civiles, tanto chilenos como extranjeros, muchos de los cuales se dedicaron con engaños y artimañas a despojar a los locales de sus tierras, cubriéndolos con un manto de legalidad con la complicidad de autoridades chilenas. Así se fue concentrando la posesión de la tierra, adquirida fraudulentamente, usurpada y «legalizada», conformando grandes latifundios, donde encontramos apellidos como Ebensperger y Stegmeier (ver Cayuqueo, vol. 2, 313; Correa, 52-53); terrenos que, posteriormente, serían vendidos a otros, quienes al comprarlos incurrirían en lo que hoy se llama delito de receptación.
Cuando en las noticias escucho a conspicuos personajes hablando de violencia terrorista pareciera que olvidan la original. Esa amnesia es la que imposibilita el diálogo.