martes, julio 16, 2024

Kiñe nütram ta wirife Yeny Díaz Wenten inchiñ: Una conversación con la escritora Yeny Díaz Wenten

“A él [mi abuelo] lo encuentran en la morgue del Hospital de Los Ángeles  porque una tía trabajaba en la cocina… empezaron a comentar que habían llegado los asesinados en dictadura,  ella encontró a mi abuelo y lo sacaron a escondidas”.


yenydiazparaentrevista


Por Angelica Valderrama Cayuman
Mapuexpress.org  Septiembre de 2016 


La escritora y profesora de Educación Básica Yeny Díaz Wenten recoge en sus libros  “Exhumaciones” (2010) y “Animitas” (2015) los murmullos, cantos y conversaciones de quienes en disímiles circunstancias han quedado habitando las miles de  pequeñas construcciones conocidas comoanimitas. Son muchas las voces que la poeta ha escuchado: la señora que, cansada,  se quedó dormida a la vera del camino y no despertó,  la hija de Víctor Mendoza Collío que se ha quedado a la espera del padre, la niña abusada y dejada muerta en una zanja. Sus versos son encuentros con aquellas ánimas, en su mayoría anónimas y que por anónimas resultan fundamentales “somos tan anónimos que somos importantes”, dice la poeta.

En una conversación íntima, la escritora nos comparte la raíz de su relación con la muerte y sus voces: el asesinato de su abuelo Manuel Wenten Valenzuela, detenido aparecido de la dictadura, cuyo caso ha sido reabierto con nueva información hace poco tiempo. Su relato contiene las circunstancias en las que el cuerpo de su abuelo apareció, el influjo que este hecho tuvo en el devenir de su vida familiar, el cierre del caso por falta de pruebas y las coincidencias que han permitido que el caso se reabra.

Así como el asesinato de su abuelo ha sido, según la poeta, fuente de su trabajo escritural, otras reflexiones rondan en la identidad de su trabajo y de su vida.

La palabra champurria refiere, tradicionalmente,  a la idea de “lo mezclado”, “lo mixto”, “lo mestizo”. Muchas veces usada de forma peyorativa. Lo champurria ha sido puesto fuera y dentro del mundo mapuche. La machi Pinda “Pichun” ha escrito sobre ser champurria “quizás nos ha tocado caminar estos intersticios sospechosos, indefinidos, poco puros”. En esta conversación con Mapuexpress,  Yeny Díaz Wenten nos cuenta como ser “champurreada” es, para ella, un lugar posible de habitar.

Sobre su lugar mixturado, sobre su abuelo mapuche detenido y asesinado en la dictadura, sobre su nuevo trabajo y mucho más conversamos con la poeta que hace poco ha llegado de París donde presentó una plaquette de su primer libro “Exhumaciones”.

– ¿Cómo recuerdas tus inicios en la escritura?

– Yo vivía en una población, mi mamá dueña de casa que lavaba ropa ajena y mi papá obrero. Tenía como siete u ocho años y llega “el” tío que entró en la universidad,  el tío con libros. Traía uno de la editorial Quimantú, que es una emblemática. Tenía un prólogo que decía… “En estos tiempos de libertad…”. Con los años empecé a entender y me dio mucha pena, lo juntaba con el tema de mi familia, con el golpe de estado. En el año setenta  y dos, ellos publicaron este libro con ideales tan bacanes, no sabían la mierda que nos venía al año siguiente, y yo cada vez que leía el prólogo me conmovía mucho porque había un montón de gente que había trabajado por ese gobierno y ya no quedaba  nada, estuve hasta la adolescencia con el libro. Bueno, empecé a escribir a los nueve años cosas breves y en la adolescencia fue ya una explosión, ideas que se vienen a la cabeza, y que no tenía concepción de qué era.

– ¿Qué escribías?

– Poesía. Cuentos de los árboles, del amor, del cielo, esas cosas te conmueven,  todavía me conmueven.

– ¿Estuviste en algunos  talleres literarios?

– Si, estuve en varios talleres de la ciudad, en el más grande fue el Pablo Neruda en Temuco. De ahí empecé a conocer a otros poetas, conocí a  Cesar Cabello, a Clemente Riedemann, conocía a Floridor (Pérez) también. Floridor vive acá en Santiago, pero él jamás se ha olvidado de Los Ángeles, de Mortandad, donde trabajó mucho tiempo, incluso sacó un libro que tiene que ver con poemas que hizo en ese pueblo.

 – Tu primer libro se llama Exhumaciones; el segundo, lanzado a fines del año pasado lleva por título “Animitas”. ¿De dónde surge tu interés por escribir sobre la muerte, sobre las ánimas?

– Surge de lo anónimo, de lo popular. Bueno, parte de mi abuelo que es detenido aparecido,  que fue uno de la primera tanda de asesinados. Durante muchos años en mi familia no se habló de este tema, entonces  mi abuelo terminó siendo parte de mí como familiar y como uno de estos anónimos.

– ¿Cuál es el nombre de tu abuelo?

– Manuel Wenten Valenzuela.

– ¿Qué sucedió con él?

– A él lo encuentran en la morgue del Hospital de Los Ángeles  porque una tía trabajaba en la cocina. Lo encuentra porque tuvo la curiosidad de saber qué estaba pasando, pues empezaron a comentar que habían llegado los asesinados en dictadura y ella va  y encuentra de suerte a mi abuelo. Esos cuerpos jamás aparecieron, encontró a mi abuelo y lo sacaron a escondidas.

– ¿Cuándo ocurrió esto?

– El setenta y tres, de los primeros asesinados, después ya desaparecieron los otros en el río, en sitios eriazos. A mi abuelo lo rescató mi tía de la nada, sin pensar que iba a encontrar a su papá… (Silencio) y de ahí cargando el tema silenciosamente durante años.

– ¿Cómo enfrentó esto tu familia?

– Mi abuela quedó con diez chiquillos, viuda. El campo se perdió todo porque el tata trabajaba con un hijo y se perdió todo. Las niñas fueron repartidas a hogares, internados, así muy pobres, todos encargados por ahí. Mi mamá terminó en hogares de Santa Bárbara y Los ángeles. De ahí la crianza con mucho miedo, mi mamá súper aprensiva con nosotros. En los noventa con la vuelta de la democracia fue terrible para ella porque pensaba que en cualquier momento iban a volver estos desgraciados, que iban a morir todos los que no pudieron asesinar en el tiempo de la dictadura. Con todo ese tiempo, con todo ese anonimato, con todas esas personas muertas me crié. Con todos esos fantasmas de mi mamá.

 – ¿Qué se sabe del asesinato de tu abuelo?

– A principios del año dos mil, dos mil dos, dos mil tres a mi abuelo lo exhuman,  se abre el caso, sacan su cadáver… (Silencio) una cuestión bien potente. Exhuman  su cadáver, vamos todos a su funeral de verdad, todos sus nietos, fue una cuestión… (Silencio). Descubrieron quien lo asesinó, pero el caso quedó ahí, este hombre no fue a la cárcel porque los testigos estaban muy viejitos y estaban divagando, entonces dijeron no, no se puede hacer efectiva la condena.

– ¿El caso quedó en ese punto?

– No, el año dos mil catorce… Mira, Floridor Pérez era mi vecino, de repente nos encontrábamos, iba a la casa a vernos. Con mucho pudor, porque yo sabía que Floridor estuvo detenido también en el mismo regimiento de mi abuelo, le dije “Don Floridor, cuénteme por favor”. Me empezó a contar, “bueno, yo estuve en el regimiento en tal y tal fecha” y yo le dije “sabe don Floridor mi abuelo también estuvo ahí”. La cuestión es que Floridor terminó contándome que él vio el asesinato de mi abuelo. Él es el único testigo que pude ubicar que vio cómo ocurrió todo, todo, todo, cosas que están en el informe Rettig y Floridor las sabía. Se va a reabrir el caso porque es crimen de guerra, los hueones se cagaron solos al decir que estábamos en estado de guerra y los crímenes en ese estado no quedan sobreseídos. Terminamos llorando los dos porque en mi vida creí conocer a… Floridor es muy importante en el tema literario en este país y que tengamos esa conexión que es tan violenta y tan fuerte, tan visceral. Él vio el último momento de mi abuelo. Para un montón de personas mi abuelo no significó nada cachai, entonces para mí el tema del anonimato, todos estos anónimos, que somos todos, hacemos patria. Ese es el punto, que somos tan anónimos que somos importantes. El anonimato es importante porque hace país, todos lo hacemos.

“Cuando es de noche y pasa alguien descuidado,

nosotros muy callaitos le robamos algo de su corazón.”

Animitas

– ¿Y de ahí empezaste a escribir sobre las ánimas?

– Sí, “Exhumaciones”, luego “Animitas”. Después yo quedé con toda esta gente, que son inventadas en su mayoría, pero son personas que tú vas por un camino y te preguntas ¿qué pasó? ¿Qué pasó después con su familia? Ahora no significa nada, pero debió ser una persona importante para alguien.

– Hay algunos que sabes quiénes son

– Sí, por ejemplo, la Dalinda Sara, lo único real es su muerte y el nombre Sara. La Sara existió, era amiga de una colega mía acá en Santiago y murió a esa edad (19), una cuestión bien horrible, la mataron y se fue y nadie más se acordó de la Sara y… la Sara fue una persona po, fue importante y quizás a nadie le importe, pero yo la llevó conmigo. Me impactó mi amiga tan afectada, después de treinta años todavía se acordaba de su amiga, había sido su vecina. Está Collío también, Víctor Mendoza Collío, bueno, la Violeta (Parra), Víctor (Jara), van ahí integrados porque yo creo que con todo lo conocidos que fueron, los hueones eran reales y eran como el resto de los seres que están ahí. Son de esos anónimos importantes.

– ¿Cómo surge esto de dar distintas voces en los poemas?

– Lo que pasa es que está la presentación, la referencial que tú te encontrai en el diario, que es algo súper seco “murió en la esquina por dos puñaladas, se cree que tenía problemas con la justicia”. Es típico, dan esa descripción, pero luego a mí lo que me conmueve es lo que queda de ese ser, que queda ahí rumiando su muerte, o sea a mi me daría rabia fallecer de una manera así, no tener justicia… en el segundo párrafo, en la segunda estrofa, están sus lamentos y sus repeticiones y repite y repite lo mismo. De ahí la portada, mis amigos me dijeron nosotros teníamos que hacer algo… como el anhelo de este dios que no es bueno, entonces siempre mirando el cielo, “todos miramos el cielo”, dice en algunas partes, el anhelo de algo que quizás nunca van a alcanzar.

– Cuando nos reunimos para esta entrevista me dijiste “soy una poeta champurria” ¿Qué significa ser champurria para ti?

– Champurria tiene una connotación ofensiva en el campo, lo champurreado. Yo soy champurriada, porque mi papá es… no es winka, es chileno, es una buena persona no es un ladrón, mi papá es un obrero que se ha sacado la cresta por todos sus hijos y es chileno  yo tengo esa parte. Yo digo, soy champurriada y me gusta mi mezcla, tengo la posibilidad… casi como anfibio, tú vas a la tierra, después vas al agua y no es que tú quieras ser “ni chicha ni limonada”. Yo trato de sacar la mejor parte de las dos, porque creo que eso es lo que ha generado que pueda escribir. Yo asumo mi mezcolanza, y me gusta, tengo esa parte trabajadora de mi papá, él es súper organizado, y tengo toda esa cosa de mi familia indígena, de contar, de juntarse con todos, de contar historias. Junto las dos cosas, bien orgullosa.

 – ¿Cómo ves el estado de la escritura mapuche, de la poesía?

– La poesía mapuche es la poesía de todos los mapuche, son todas las voces que se ponen en ti y tú recopilas. Los juntas a todos, a todos los antiguos, como dice mi mamá “los antiguos decían…”. Están todos los antiguos ahí, se ponen en tu voz porque ellos ya no la tienen, están dando vuelta de manera mágica alrededor tuyo, somos representantes. Entonces, ellos están ahí y yo creo que cuando los escuchamos llegamos a concebir esto. Yo creo que esto nos diferencia bastante de otras poéticas, que estamos conectados con todos nuestros familiares, de una u otra forma, a través del ritmo, a través de la temática, a través del uso del lenguaje. Yo no uso la lengua, el chedungun como dicen en Ralco, porque no la sé, pero tengo otras herramientas y si tengo que usar esas herramientas para decir oye yo soy esto y todos los que estaban atrás, que murieron, que se sacrificaron, que cruzaban la cordillera no sé cuántas veces están acá. Todos los poetas mapuche traen a sus familiares en su espalda, en su corazón, en todas partes.

– ¿Qué proyectos escriturales estás trabajando?

 – Estoy haciendo un nuevo trabajo, pero tiene que ver con una cosa más personal,  tiene que ver con mi divorcio, con otras lecturas, igual hay una conexión con el tema de la madre, de la madre que lava ropa. Se llama “La hija de la lavandera”, con la temática de una mujer pobre que cuenta su vida como lavandera en el río. Es como un ambiente parecido a ese cuadro “El huaso y la lavandera”.

– ¿Es poesía?

– Sí, poesía. A mí me gusta mucho el género dramático y el narrativo, hay que tener talento, hay que entender ese lenguaje. Yo tuve la suerte de entender la poesía.

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