martes, noviembre 5, 2024

La Plurinacionalidad en la Encrucijada

Por Enrique Antileo Baeza – Fuente: memoriamapuche.cl

Para muchos fue un concepto incómodo e intragable. El símbolo de la división del país. El Chile dividido en naciones. Fue, en otros puntos, el eje más combatido por parte del rechazo. Los más estrategas vieron aquí un caudal inmenso de votos. Provenían de un manantial de nacionalismo chileno. Era que no: el nacionalismo siempre se fortalecerá si un “enemigo” amenaza la unidad de la nación. La receta se cumplió a cabalidad. Los pueblos indígenas fueron transformados en enemigos internos y aquello constituyó un ancla poderoso del rechazo.

Por cierto, esto es un análisis hecho a temperatura ambiente ante la estrepitosa derrota del domingo 4 de septiembre. Las comunas con mayor población indígena votaron rechazo, a excepción de Rapa Nui, que defendió la propuesta constitucional que incluía un marco de derechos digno y decente pueblos originarios. Pero ese dato es preliminar. Aún debemos analizar cómo se movió el padrón indígena en su conjunto, incluyendo las ciudades.

La plurinacionalidad ha sido una propuesta emanada desde los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia, que ha tenido influencia en todos las organizaciones indígenas de Abya Yala. Se interpreta con un marco general de convivencia intraestatal entre diferentes pueblos. Aquel era el sueño: ver a Chile definiéndose como una diversidad de pueblos que conviven en paz.

Cierto es que los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia han levantado sendas críticas a la idea de plurinacionalidad porque al ingresar a los marcos constitucionales ésta fue desprovista de sentido y no logró ser garante de la defensa de los derechos de pueblos indígenas. Coloquialmente: quedó corta. Aun con eso, desde la propuesta constitucional chilena, se pensó que podría ser un camino de convivencia futura. Se traducía entonces la plurinacionalidad como un marco de nuevos derechos para los pueblos originarios, derechos que nunca habían existido en Chile, innovadores, de estándar internacional. Pero no ocurrió eso. Al poco andar el peso de la respuesta nacionalista chilena fue tildando a los grupos indígenas como personas privilegiadas, lo que a todas luces era una ridiculez. Apenas se puso en marcha, la plurinacionalidad se fue desinflando y la clase política no entendía ni explicaba bien el impacto, los alcances ni las diferencias entre consulta y consentimiento. Todo se enredó.

Entonces se perdió abrumadoramente. Obvio que fue por muchas razones más, pero me detengo en esta. El resultado es que hoy la plurinacionalidad está en una encrucijada. Si hay un nuevo proceso y la clase política se abre a discutir sobre lo realizado, podría existir una enorme reticencia a un reconocimiento plurinacional y pueden resurgir las añejas propuestas new age y folclorizantes del multiculturalismo. La explicación es tremendamente compleja, pero conviene puntualizar en algo. Creo que es muy difícil revertir una idea de nación en Chile, idea construida desde el siglo XIX sin indígenas, sin afrodescendientes. Me aventuraría a decir que ni mestiza se pensó esa nación. Ahora con la cuestión indígena, a regañadientes, se pensaron como un pueblo mestizo. Pero llegaron un par de siglos atrasados, porque lo indígena no se trata de pureza de sangre, ni de mediciones genéticas. La cuestión indígena, que no es un asunto baladí, se entiende en profundidad desde una perspectiva histórica, desde una perspectiva de justicia y reparación.

En fin, lo más paradójico es que en todo el debate se negó persistentemente la definición de pueblo y nación de los pueblos indígenas. En Chile, se planteaba, existiría una sola nación, la chilena, y los demás serían culturas o grupos étnicos. Se confundió a la gente en muchos debates con la igualación entre nación y Estado, lo que excluía a los indígenas por no organizarse estatalmente. Tremendos despropósitos, pero, en fin, así fue la discusión. Al triunfar el rechazo se restaura esa visión negacionista. No serían las y los indígenas pueblos ni naciones, aunque históricamente sean preexistentes al Estado chileno y aunque se ajusten a todas las definiciones que circulan sobre la nación, sobre todo a las más construccionistas o políticas y, por supuesto, a las de corte más etnicista. Al triunfar el rechazo se reestablece la posesión sobre lo indígena. Los pueblos indígenas volverían a ser “de” Chile. Renace con fuerza esa frase tan condescendiente y tutelar: “nuestros pueblos originarios”, “nuestras etnias”.

Solo quiero agregar que, por más que haya ganado el rechazo, felizmente y producto de décadas de organización y lucha, el mundo cuenta con derechos indígenas consagrados a nivel internacional. Ahí somos pueblos reconocidos y tenemos derechos, y existen instancias para apelar y defender ese estándar mínimo. Son demorosas estas instancias, pero existen. A pesar de que la plurinacionalidad esté en la encrucijada en Chile, aunque el afán posesivo y dominador de la nación chilena tenga una inyección de energía, los pueblos indígenas seguiremos siendo pueblos y naciones y, por ende, habrá derechos por los que luchar, entre ellos: la autodeterminación, la educación propia, a la recuperación de los territorios robados, y muchos más.

Si bien la derrota de la plurinacionalidad fue evidente en el acto eleccionario reciente y si bien el escenario es negacionista, quienes forman parte de los pueblos y movimientos indígenas seguirán luchando, defendiéndose y aspirando a sus derechos consagrados a través de renovadas estrategias. Si algo se puede decir de los movimientos indígenas es que han sabido adaptarse y reinventarse. Ningún Estado ni ningún otro pueblo puede ni podrá negar una larga historia de lucha por la sobrevivencia y la justicia, por reafirmase como parte de colectividades históricas preexistentes a las formaciones estatales y por el deseo de querer seguir viviendo como pueblos en el futuro bajos nuevos modelos sociales y políticos para la convivencia en diversidad.

05 de septiembre de 2022

*Antropólogo, Doctor en Estudios Latinoamericanos.

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