Somos mapuche de hormigón /debajo del asfalto duerme nuestra madre/ explotada por un cabrón.
Nacimos en la mierdópolis por culpa del buitre cantor / nacimos en panaderías para que nos coma la
maldición. / Somos hijos de lavanderas, panaderos, feriantes y / ambulantes […] La lágrima negra del Mapocho / nos acompañó por siempre. (David Aniñir – Mapurbe)
Por: Sergio Caniuqueo Huircapan. Historiador mapuche, Investigador adjunto CIIR-PUC.
El mapuchómetro es una expresión coloquial utilizada para establecer quién es más o menos mapuche. La escuché a principios de los años 90 y he podido apreciar su funcionamiento en estos últimos treinta años, al principio en un contexto de reivindicación cultural, donde el Consejo de Todas la Tierras era la máxima expresión del culturalismo mapuche, y hoy en los debates de las redes sociales. Al principio, era utilizada por personas mapuche que se movían en ámbitos políticos, y muchos evidenciaban un enamoramiento de la cultura, y varios de ellos habían iniciado procesos de profundización de la cosmovisión, de la historia y de la lengua durante los años 80. Básicamente, fundaban sus explicaciones y su accionar político en dos polaridades antagónicas. La primera: el mito de que los mapuche vivíamos en un paraíso y que teníamos una relación de complementariedad con la mujer y la naturaleza, y que no mentíamos ni robábamos hasta que el winka nos contaminó. Así, se funda una visión anacrónica de la cultura, una manipulación de la historia y una posición de víctima basada en la Ocupación Militar del territorio mapuche. Esto era entendible, pues vivir el racismo por décadas nos obligó a construir un discurso que lo invirtiera y nos representará en términos positivos.
El segundo antagonismo es el que se construyó entre mapuche rurales y urbanos. Los segundos pasaban a ser mapuche de segunda clase, ya que estaban más cercanos a los winka, la mayoría no hablaban mapudungún y carecían de conocimientos sobre las prácticas culturales mapuche, muchos eran mestizos y algunos ya eran tercera o cuarta generación de nacidos en la ciudad. Aún así, los urbanos sostenían su identidad y le dieron un sentido político, ocupando el arte y la visión política de otros que vivían en contexto de colonialismo interno, como David Aniñir y su poema Mapurbe, que refleja el pensamiento de varios mapuche urbanos. El concepto de Pueblo Mapuche ya había reemplazado al de Raza en la década de los 80’, y nos reconocía derechos colectivos. Hacia 1992 las marchas en Temuco convocaban a más de cinco mil personas, la efervescencia era clara, los lienzos en su mayoría hacían alusión a la autonomía y a la autodeterminación, que se anunciaban como los nuevos derroteros de la política mapuche. Pero la fractura interna ya se había instalado y lamentablemente el debate de cómo conquistar estos derechos quedó reducido a una elite política e intelectual mapuche. Hasta hoy, si hacemos el ejercicio de preguntarle a cualquier mapuche de a pie, es probable que no tenga una idea exacta de ellos. Y por su parte, los mapuche que profesaran una fe, o expresiones musicales o artísticas o una visión de futuro que estuvieran fuera de la cosmovisión, fueron blanco de críticas. El mapuchómetro se transformaba en un código de conducta, enriqueciéndose con todo lo que pudiera representar una vuelta al pasado, en detrimento a una modernidad mapuche. Así nace un chauvinismo indígena que se pretende ligado a una nación cultural, pero en el fondo es el quiebre de la nación cultural, ya que instala identidades mapuche excluyentes. Nadie reparó en que el mapuchómetro enriquecía las categorías de exclusión al interior del mundo mapuche.
PSICOPOLÍTICA: CONTROL DE LA MENTE POR SOBRE EL CUERPO
El neoliberalismo nos hizo un regalo perverso: el control del sujeto ya no depende del control de su cuerpo, sino de sus deseos, de los aspectos subjetivos del pensamiento. En el caso Mapuche, la fórmula psicopolítica es fácil: la construcción de mi Yo (en un sentido Freudiano) depende de una interacción con el mundo externo en dos planos, uno universal, y otro al interior de una identidad colectiva. En términos concretos, ¿cómo me diferencio frente al chileno y cómo me diferencio del resto de los mapuche?, ¿cómo crear una colectividad que me represente? Para esto, el mapuchómetro ayudó a fundar una identidad particular en oposición a otras identidades, pero fractura la identidad cultural mapuche, pues gran parte de los elementos utilizados corresponden a ficciones sobre lo que se cree que es lo mapuche. Muchos mapuche denigraban a las comunidades o personas que no practicaban la cultura como ellos y atacaban a quienes no tenían tierras o no hablaban mapudungun, olvidando lo básico, y es que cada comunidad realiza su cultura desde el nicho ecológico y cultural que le tocó vivir. De esta manera, muchos quiebres políticos se explican no solo por la conducción política, sino también a actitudes que niegan las autonomías e identidades de las comunidades y los sujetos.
La idea de la pureza racial o de la identidad homogénea de un grupo étnico es un producto colonial para facilitar la dominación, pues construye identidades comunes para ser subordinadas. La categoría de raza responde a esta idea, es el diferenciador entre quienes deben dominar y quienes deben ser dominados. Y el mapuchómetro también, ya que suprime la posibilidad de combinación en las identidades mapuche. Esto se revela a nivel organizacional, cuando una organización descalifica a otras organizaciones negándole sus identidades mapuche o desplazándolas a un segundo orden. Y a nivel de relaciones interpersonales, niega una serie de identidades o las jerarquiza: ser rural tiene más valor que ser urbano, creer en la religiosidad mapuche es mejor que ser cristiano o ateo, ser de la resistencia es mejor que trabajar en la institucionalidad (aunque sea un mapuche proveniente de una comunidad y hable la lengua), el listado puede ser interminable.
La sociedad mapuche hoy es un Pueblo, una comunidad política basada en una comunidad cultural. Lamentablemente el mapuchómetro ha terminado creando abismos entre los mapuche y sus organizaciones, y muchos no se sienten parte de ninguna de las reivindicaciones. Hoy se ha hipotecado la nación cultural y no existe posibilidad de articular una nación política, sobre todo porque no existe la voluntad de crear una entidad que nos represente en nuestra diversidad, no existe una definición de los intereses que nos mueven a todos los mapuche, ni tampoco marco de movilización que nos aglutine. Dejar de usar el mapuchómetro es lo mejor que deberíamos hacer para construir unidad política y cultural. Hoy somos una sociedad moderna, y eso obliga construir una sociedad mapuche para todos los mapuche, independiente de su origen territorial, religioso, posición partidaria o sexual. Sin nación política, de poco sirve hablar de autonomía y autodeterminación, pues las naciones que logran ejercer sus derechos políticos son aquellas que logran antes construir marcos de convivencia política, fomentar unidad interna y sobre un sentido de igualdad de pertenencia para enfrentar al mercado y al Estado.