Todo arde. Llegamos ante el corte más grande de la Alameda, entre Santa Rosa y Portugal, hay gente resistiendo, cantando, con afafanes, con gritos. Nos quedamos un rato mirando desde la altura del Huelen, luego nos unimos al griterío callejero. A esa hora, paralelamente, hay una imagen con el rostro de Camilo Catrillanca que se proyecta en los edificios de Plaza Italia.
Crónica de Daniela Catrileo
15 de noviembre en Santiago waria
Estamos en una esquina de la calle Seminario, en Providencia, Santiago. Somos un grupo desparramado que ha logrado arrancar de los carros lanza aguas y lacrimógenas, luego de la fugaz concentración en Plaza Italia contra el asesinato del lamngen Camilo Catrillanca. Escribo Catrillanca y no puedo dejar de pensar en la herida que porta su apellido: Catri de katrü que significa “corte” y tal como he resignificado esa palabra desde la poesía como “herida”. Compartimos esa herida, quizás muchos de los que decidimos no silenciar la indolencia de un país que sigue funcionando, mientras nos asesinan.
Entre el ardor de la cara y el sonido de las pifilkas de fondo, intentamos reunir a otros y otras lamngen que andan perdidos. Deseamos reunirnos para seguir, pues cada uno corrió a diferentes lugares por la represión policial. Se arman barricadas espontáneas en Parque Bustamante, en Seminario, en la calle Providencia. Estamos tanteando seguir, cuando pasa un niño y su familia. El niño le pregunta a su padre: “¿Qué vienen a hacer estos mapuche al país?”. Nos miramos incrédulos ante la escena. El padre, algo le responde y avanzan. Pienso si acaso esa pregunta no es la extensión de este despliegue colonial. El origen de esa chilenidad racista que es inmune ante otro/a. Es cuestión de leer los comentarios de cada noticia sobre nuestro pueblo o incluso escucharlos por ahí. Reviso: simios, indios, terroristas, delincuentes, flojos. Sin embargo, también pienso que es fácil hablar hoy y no contextualizar toda la prolongación de muerte en Wallmapu, que sabemos no comienza con el Comando Jungla. Hay un dispositivo colonial que sólo cambia en sus matices históricos y hoy tiene la espectacularidad que requiere su Plan Araucanía. Hoy es el lamngen Catrillanca, pero, hay una estela de muertes hacia atrás y no “hace 500 años” como muchos querrían, sino que basta mirar en esa pactada “transición”. En eso que seguimos nombrando como “democracia” bajo el alero de la Concertación y la Nueva Mayoría. La memoria es frágil para algunos/as.
En el camino nos encontramos con más pu lamngen. Nos avisan que hay un grupo que quiere volver a Plaza Italia para re-armar la concentración y también hay otros/as que quieren marchar hasta La Moneda. Muchos/as no alcanzamos ni a dialogar, apenas saludamos cuando el agua tóxica nos baña otra vez. Mientras niñas y niños lloraban, mientras la muchedumbre corría, mientras las banderas se agitaban con rabia.
Decidimos seguir, vamos hacia Av. Providencia. Hay concentraciones dispersas en casi todas las esquinas que vamos atravesando. Las calles están cortadas, grafitis en mapudungun, la basura arde, las bicicletas de una empresa privada sirven como obstáculo para cortar el tráfico vehicular. Seguimos nuestra ruta, vamos hacia el forestal, corremos. Intentamos arrancar de la gran cantidad de policías reprimiendo las manifestaciones. Un hombre en la banca grita: “¡No importa, los van a masacrar a todos!”. Lo miramos fijamente y nos devuelve su mirada. Seguimos. En Bellas Artes por primera vez vemos barricadas, hay hasta bomberos apagando un basurero en mitad de la calle. Eso, hasta que doblamos por Lastarria y de pronto estamos en Europa. La gente sigue tomando sus helados, comiendo sus ensaladas gourmet, paseando sus perros. Bromeamos con que esto es una burbuja, bromeamos con el mundo paralelo que es este micro-universo. Llegamos nuevamente a Alameda, más barricadas. Hay fuego en cada esquina. Vamos conejeando por los caminos para no caer. Cuando por fin llegamos a La Moneda, hay más policías que sujetos. De lejos un griterío masivo que dice: “¡Pacos asesinos!”. Nos reconocemos con otros y otras que están en la misma. Logramos advertir que hay pequeños grupos que se manifiestan y luego se desintegran. La policía nuevamente utiliza una especie de fuegos artificiales que arroja como bombas de ruido y gases. Nos devolvemos, decidimos ir hasta el cerro Huelen –o Santa Lucía-. Nos avisan que por allá hay más pu lamngen.
Todo arde. Llegamos ante el corte más grande de la Alameda, entre Santa Rosa y Portugal, hay gente resistiendo, cantando, con afafanes, con gritos. Nos quedamos un rato mirando desde la altura del Huelen, luego nos unimos al griterío callejero. A esa hora, paralelamente hay una imagen con el rostro de Camilo Catrillanca que se proyecta en los edificios de Plaza Italia.
Después de un rato, caminamos cada uno a casa. Voy por Portugal, hay cacerolazos espontáneos en algunas calles. Ese latido me acompaña, mientras suenan mis chaway. Ese latido me hace recordar un poema que no olvida, de la lamngen machi y poeta Adriana Paredes Pinda. Poema al que ahora le zurcimos el nombre de taiñ lamngen Camilo Catrillanca, esperando no agregar más wirin a sus versos:
“El monte ardiente / donde Matías Catrileo camina sin su cuerpo… / solo el mar vacilante / en que Alex Lemun / cruzó al lomo de las trempvlkalwe… / -este es el mundo / que hemos de heredar a nuestros hijos-dicen nuestros muertos cándidos/ y delirantes”.