08/02/2018
Bajo el sello de Pehuén Editores, con quienes ya publicó «Malon. La rebelión del movimiento mapuche 1990 – 2013» el 2014, Pairicán (1984, Osorno) vuelve con una revisión exhaustiva a la vida y muerte de Matías Catrileo, al cumplirse 10 años de su asesinato, producto de una bala por la espalda disparada por Carabineros. Desde Lican Ray, en el corazón del Wallmapu, el autor conversó con El Desconcierto sobre los dolores del pueblo mapuche, el racismo solapado y los tropiezos de la institución uniformada en La Araucanía.
—¿Cómo se perciben, desde el sur, las últimas noticias relacionadas con el pueblo mapuche? En particular todo lo relacionado con el fraude detrás de la llamada “Operación Huracán”, que hace algunos meses justificó detenciones y allanamientos ilegales en nombre de una conspiración inexistente.
—La noticia que tiene más afectada a la comunidad, la verdad, es la muerte de los niños en el accidente en bus que viajaban a Mendoza. El lunes enterraron al peñi. No puedo evitar hacer el enlace con otro accidente, hace unos meses atrás, donde mueren 10 personas, entre ellas autoridades tradicionales, en Tirúa. Es el mismo tipo de tragedia: buses mal acondicionados para viajar en estos terrenos, choferes que creen que están llevando ganado, y no mapuches. Siento que en estos dos hechos, aparentemente inconexos, se expresa un racismo muy arraigado en los chilenos. Reflejan en detalle cómo se relacionan pueblo chileno y pueblo mapuche a nivel corriente. Al final, las personas que sufren y se duelen con estas catástrofes son las más humildes del Wallmapu, ni siquiera militantes.
—En la biografía de Matías Catrileo describes cómo las pericias realizadas por el Servicio Médico Legal, tanto en su caso como en el asesinato de Alex Lemún, el 2002, también están condicionadas por el racismo.
—Más que racismo, colonialismo. Nosotros, como Comunidad de Historia Mapuche, hemos ido planteando conceptos teóricos para explicar cómo se vinculan las sociedades chilena e indígena, donde el racismo no es sólo lo más notorio: el insulto, la violencia física. Por el contrario, colonialismo y racismo se evidencian en las actitudes cotidianas de las personas, como el chofer del bus que te comenté. Es distinto que un mapuche le diga “vaya más lento, es peligroso” a que se lo diga una persona blanca. Probablemente, de haber ocurrido lo último, no estaríamos lamentando el accidente. Sin embargo, con los indígenas siempre intervienen la prepotencia y la indiferencia.
—En Chile, el problema del racismo recién cobró relevancia a partir del aumento de la población migrante. Se entiende que esto ocurre sólo cuando se trata de chilenos frente a extranjeros. Un chileno maltratando a un mapuche no cree que está siendo racista. ¿Por qué no hay claridad en este tema?
—Es tan cotidiano, y está tan incorporado entre los chilenos, que yo siempre he sostenido que es transversal. No es exclusivo de la élite. En Chile, el racismo es popular y mayoritario. Desde las clases más altas hasta los más pobres, todos racializan a sujetos particulares: migrantes y mapuches. La subordinación de estos últimos no puede comprenderse si es que no nombramos el fenómeno como lo que es: racismo. Como categoría de análisis, es fundamental relevarlo en nuestro contexto latinoamericano. Ya lo aventuraron antes Frantz Fanon y el movimiento indianista boliviano. Vuelvo al chofer del bus: pese a ser de la misma clase social que sus pasajeros, está la impresión de que no pertenecen al mismo grupo, de que uno está por sobre los otros.
—En una entrevista a The Clinic atribuyes todo el montaje de la Operación Huracán a una intención racista de cortar el hilo por lo más delgado.
—Cuando uno observa cómo se relacionan policía y mundo mapuche activista, se da cuenta de que es un relato que también tiene alcances a nivel político. De alguna manera, a partir de la Operación Paciencia, en el 2002, cuando Ricardo Lagos y su ministro del interior, José Miguel Insulza, se establece una política de Estado respecto del conflicto donde sus dos caras son la represión y el multiculturalismo. Las instituciones tratan con el mundo indígena desde la agresión y el asistencialismo, como pasa en toda América Latina. Esta estrategia se ha cristalizado con el tiempo y se puede decir que Operación Huracán es un reflejo de lo que fue Operación Paciencia: allanamientos ejecutados por carabineros formados durante los gobiernos de la Concertación, con funcionarios que han hecho carrera en este período, con despliegues de fuerzas y recursos que responden a una forma muy Concerta de hacer las cosas. No estamos hablando de carabineros de derecha. Todos los oficiales involucrados en este fiasco vienen de una tradición iniciada por el general (r) Alberto Cienfuegos, excandidato a diputado por la Democracia Cristiana. De ahí vienen José Alejandro Bernales, Bruno Villalobos y Gonzalo Blu.
—Suena como si la IX Región fuese un laboratorio.
—Es evidente que hay un camino trazado que los aspirantes a alcanzar altos cargos en Carabineros siguen como si fuese un manual: parten en la Dipolcar, para ser enviados más tarde a la novena zona, en La Araucanía, en calidad de jefes. Desde ahí se abren las proyecciones para armar una carrera política y, de este modo, estar en más frentes para desactivar el conflicto mapuche. En este mismo recorrido, también son visibles las relaciones entre maestro y discípulo. Quiero decir: los oficiales que van saliendo enseñan a los nuevos cómo manejarse en este territorio. Me atrevería a decir que La Araucanía funciona como una zona de entrenamiento donde los miembros de Carabineros generan redes, alimentan simpatías y consiguen méritos. De no haber estallado la mentira en la Operación Huracán, y viendo quiénes le precedieron, es muy probable que Gonzalo Blu hubiese sido el próximo General Director de la institución. Lo bueno de todo esto es que cae el mito de que Carabineros de Chile posee una integridad excepcional. Como en todas las policías de América Latina, la corrupción es enorme al interior de los pacos. Nunca fue “un amigo en tu camino”.
—Volviendo al racismo cotidiano, ¿Por qué en Chile está tan arraigado el rechazo a sentirse o saberse mapuche?
—En “Piel negra, máscaras blancas”, Frantz Fanon planteó la idea del colonialismo interno. Después de 200 años de colonialismo, lo más normal es no sentirse mapuche. Nadie quiere formar parte de una comunidad que está tan desestructurada, que son los más pobres entre los pobres. Esto pasa tanto en el sur, siendo La Araucanía una de las regiones con más alto consumo de alcohol del país, como en las periferias de Santiago y Concepción, que es el lugar que habitan los mapuches en la ciudad. No es un mundo mapuche ideal, por lo tanto no es nada de raro que los más jóvenes vean esta desarticulación y no quieran reconocerse en ella. La realidad tiene poco que ver con los “Sueños azules” de los que habla Elicura Chihuailaf. El trabajo político del mundo mapuche ha sido, justamente, reeducar a esa población, reconstituir una ética común: dejar el alcoholismo, estudiar una carrera universitaria. Re-estructurarse en cuerpo y, por lo mismo, también en espiritualidad para restaurar la dignidad y el orgullo de ser indígena. A pesar de todos los embates del Estado, en estos últimos 20 años hemos avanzado bastante en este proceso de reconstrucción del tejido y la autonomía mapuche desde abajo.
—Luego del desarme de la Operación Huracán, con todas sus falencias e irregularidades, llama la atención que no sólo Carabineros creyó, por ejemplo, la historia del programador autodidacta. Fiscalía y la prensa replicaron esta información, sin objeciones, a los chilenos. Cuando se trata del pueblo mapuche, instalar mentiras parece muy fácil.
—Es que el terrorismo prende y pone rápidamente en alerta a los sectores populares. Por eso es que la derecha en Chile se agarra con tanta fuerza de este concepto. La sociedad chilena dejó de leer diarios y de ver con ojo crítico lo que repiten los medios, por lo tanto cuentos maximalistas de este tipo, tales como “Mapuches terroristas conspirando a través de WhatsApp”, no son cuestionados. Si el informático que, supuestamente, inventó un software tan complejo como para interceptar y desencriptar comunicaciones cifradas, bueno, ¿Por qué no está trabajando en la NASA? ¿O en China? Ese tipo de preguntas, que son muy del sentido común, no se las hacen los chilenos al oír noticias como la Operación Huracán. Todo esto habla de un Chile que se ha puesto muy inculto.
Fuente: el desconciento.cl