Compartimos a continuación la publicación del teólogo Mike van Treek, con respecto a la visita del Papa Francisco publicada recientemente en Periodista Digital.
«EL RIESGO DE UNA VISITA ESPECTÁCULO»
Francisco en Chile: mi fuego les doy
«¿Logrará, con su habilidad, marcar una diferencia de la esclerotizada jerarquía chilena?»
Un aspecto inaudito de la visita papal es que sus organizadores han marginado a las víctimas de abuso sexual por parte del clero. Se ha negado, por ejemplo, que el Papa se reúna con las víctimas de abuso sexual de Fernando Karadima y sus seguidores
(Mike van Treek, teólogo).- El evangelio de Mateo relata que cuando el Rey Herodes se entera por medio de unos hombres sabios de oriente que ha nacido en Belén un mesías llamado el Rey de los Judíos. Herodes -y con él la ciudad de Jerusalén- se alarma y manipula a estos sabios para obtener información sobre Jesús, haciéndoles creer que quiere ir a adorarlo.
Los sabios, advertidos en sueños sobre Herodes, ocultan la identidad del niño, lo que provoca el enfurecimiento de Herodes. Este, para aferrarse en su poder y su trono, ordena matar a todos los niños de edad similar a Jesús que viven en Belén y sus alrededores. María y José, según el relato de Mateo, salvan al niño huyendo a Egipto, pues han recibido una aviso durante el sueño.
Como puede verse, el cristianismotempranamente recogió la visión de un Cristo que en lugar de llegar anunciando que trae la paz, llega de cara a un conflicto con los poderosos. Esta será una constante en las controversias que Jesús abrirá hasta su muerte en manos del poder político-religioso, según relata este mismo evangelio. Este evangelio recoge una visión más bien positiva del conflicto: no puede plantearse una convivencia en paz, alegría y felicidad sin enfrentar las injusticias que amenazan la vida.
Distintas columnas y editoriales escritas a propósito de la visita de Francisco a Chile conminan a los laicos y laicas católicos, e incluso a todo ciudadano, a tener una actitud de escucha y apertura al mensaje del Papa: «disponernos con nuestra mejor voluntad a escuchar a Cristo que nos habla por su Vicario, el Papa Francisco», se nos dice. No se aceptan críticas a su visita, pues se consideran actos de disidencia institucional. Se nos pide, en suma, receptividad y obediencia a una palabra no pronunciada aún y aceptación de un modo de organización inconsulto y más propio de un rey que de un Cristo que quiere hablar desde los pobres y para los pobres.
Esta forma de organizar la visita del papa queda muy bien retratada en el lema que se ha elegido para la ocasión: «mi paz les doy». El lema recuerda más bien el contexto de la visita de Juan Pablo II, el llamado «peregrino/mensajero de la paz». Francisco ha sido conocido más bien por su llamado a «hacer lío», enfrentando los conflictos con valentía. La prioridad ha sido otra: presentar al Papa un país calmo, arreglado especialmente para la visita, en donde incluso el parlamento planea no discutir cuestiones sustantivas durante su visita para no incomodar al pontífice y a la Iglesia.
Esta estrategia con la cual se ha intentado instalar esta segunda visita papal ha resultado ser un fracaso. Según la encuesta CADEM publicada el 8 de enero pasado, prácticamente todo Chile sabe de la visita del Papa (98%). No obstante, ni siquiera los católicos están convencidos de la importancia de la visita para el país. Entre junio y diciembre del año pasado bajó de 55% a 35% la proporción de católicos que declaró que esta visita era «muy importante» o «bastante importante». Esta baja es más significativa, en el total de la muestra, entre mujeres y entre jóvenes de 18 a 34 años.
Al parecer, el aspecto que más rechazo produce es el alto costo para el Estado que esta visita significa. La visita parece injustificada. ¿Por qué tal nivel de indiferencia?
Por una parte porque no se percibe que el papado esté ejecutando de manera coherente en todo el mundo la anunciada política de tolerancia cero respecto de los abusos sexuales perpetrados por miembros de la jerarquía y por religiosos/as. Por otra parte, porque la Iglesia Chilena logró lo que parecía imposible: traspasarle todo su descrédito y falta de confianza al Papa.
El papa Francisco ha gozado de una gran popularidad en el mundo. Sus gestos, escritos y algunas de sus medidas han creado expectativas respecto de su pontificado que, lamentablemente no se han cumplido del todo. Es más, en algunas ocasiones, en lugar de cumplir con las esperanzas abiertas, éstas han resultado frustradas. Del Papa se ha destacado su preocupación por reformar la curia vaticana, el fomento de la transparencia financiera, la creación de una política más clara en contra de los abusos sexuales, la preocupación por la situación crítica del planeta y de los pobres causada por el modelo capitalista de desarrollo, un leve aligeramiento de la rígida moral familiar, su preocupación por la lejanía de la Iglesia respecto del Evangelio que debería anunciar, etc.
Algunas de estas prioridades se han traducido en acciones que, no obstante su intención, no han logrado el objetivo reformador. Esto muchas veces a causa de las acciones de los mismos encargados de llevarlas a cabo. Por ejemplo, la comisión de ocho cardenales encargada de prestarle asesoría en la reforma de la curia vaticana está integrada por el cardenal chileno F. J. Errázuriz, de quien supimos por sus propios correos electrónicos que hizo todo lo posible por evitar que Juan Carlos Cruz fuera una de los integrantes de la comisión para la prevención de los abusos sexuales.
Al final, aquella comisión perdió toda credibilidad y eficacia debido a la renuncia de las víctimas de abusos que la conformaban (Marie Collins y Peter Saunders). Debido a las resistencias contra ella, la comisión no pasó de ser una instancia decorativa donde el Papa pareciera no tener gobierno, por lo que el descrédito se ha traspasado al pontífice.
La Iglesia chilena ha traspasado su descrédito al papa Francisco. La visita de Juan Pablo II ocurrió en un contexto político y social muy diferente. En 1987 Chile estaba abriendo un camino de transición desde la dictadura de civiles y militares marcada por violaciones graves a los derechos humanos de miles de personas. En ese contexto, al menos parte de la Iglesia chilena se destacó por la protección de los vulnerables y por ser voz valiente en un contexto de falta de libertad de expresión.
El Chile que visitará el papa es otro y es otro el episcopado que lo recibe, pues si antes se organizó la Vicaría de la Solidaridad para proteger a las víctimas, hoy la Conferencia Episcopal pide indulto para los pocos victimarios condenados a leves penas en cárceles especiales sin que ellos hayan prestado alguna colaboración útil para la justicia. Pero el descrédito o la falta de relevancia del episcopado chileno tiene raíces más profundas y creo que se encuentran en su falta de conexión con la sociedad chilena.
Hoy, en Chile, no esperamos que otros hablen en nuestro nombre y valoramos una sociedad pluralista en la cual buscamos aprender a vivir respetando la diferencia y la multiculturalidad. Somos una sociedad en busca de una mayor justicia social al mismo tiempo que no aceptamos completamente una ética heredada del cristianismo más tradicional. Frente a estos cambios, la Iglesia de la «transición» no ha tenido una actitud de escucha y comprensión.
A mí modo de ver, más que enfatizar en nuestra actitud de escucha al Papa, creo que Francisco y la Iglesia chilena necesitan oír y tratar de comprender lo que la sociedad y cultura contemporánea quiere decir y de hecho está diciendo.
La agenda del Papa en Chile responde solo parcialmente a esta actitud de escucha en que la Iglesia misma en el Concilio Vaticano II ha querido ponerse. No sería extraño que el Papa asumiera nuevamente esa actitud, pues en otras ocasiones ha realizado «acciones de escucha». Por ejemplo, la larga preparación del sínodo sobre la familia estuvo marcada por una consulta relativamente abierta a todos los fieles del mundo. Hasta donde se ha podido constatar, visita de Francisco a Chile, por el contrario, ha sido organizada sin tener suficientemente en cuenta esta actitud de escucha.
Un aspecto inaudito de la visita papal es que los organizadores de ella han marginado totalmente a las víctimas de abuso sexual por parte del clero. Se ha negado, por ejemplo, que el Papa se reúna con las víctimas de abuso sexual de Fernando Karadima y sus seguidores (ver carta abierta de James Hamilton al Papa). Desde Osorno, los laicos y laicas que solicitan la renuncia del obispo Barros no han sido tomados en cuenta ni se les ha ofrecido perdón y reparación por las ofensas que se les están haciendo. Seguimos sin oír una petición de perdón por parte del mismo Karadima.
Algunos de sus más cercanos seguidores no han perdido un ápice de su nefasta influencia en la formación del clero de Chile, pues siguen siendo parte de los cuadros directivos en la Facultad de Teología de la UC y en el principal seminario diocesano de Chile (Seminario Pontificio de Santiago) o siguen siendo obispos titulares de diócesis donde dejan lentamente morir la vida pastoral que existía (Osorno, Linares y Talca).
A diferencia de su visita a Perú, donde sí contempla dos reuniones con organizaciones indígenas, en su visita a Temuco el Papa no tiene un encuentro previsto con las organizaciones del pueblo mapuche, sino que hablará desde el aeropuerto, una zona militar con restricciones de acceso. Tampoco se reunirá con las organizaciones sociales del país, cuestión que sí hizo, por ejemplo, en Bolivia en su visita del año 2015. Pasará no más de 25 minutos por una cárcel de mujeres. La mayor parte del tiempo el papa estará siendo exhibido en vehículos protegidos o en grandes escenarios en los cuales se realizarán acciones rituales estandarizadas que dan poca cabida a la espontaneidad y al encuentro cara a cara, salvo el que tendrá con los Obispos, los cuales ya bastante lo visitan en el Vaticano.
No se ha previsto tampoco en la agenda algún encuentro con líderes de otras religiones o denominaciones cristianas, sino un encuentro con la vida religiosa y seminaristas. La visita no traduce en Chile el carácter ecuménico y dialogante del Papa con otras religiones y denominaciones cristianas. Tampoco se previó en la agenda del papa una reunión con grupos de mujeres católicas que luchan por transformar el rol de la mujer en la Iglesia, asunto que también ha sido una bandera de lucha de este papa, al menos en el discurso. Así, en realidad, los sujetos habitualmente «no considerados» positivamente en la vida de la Iglesia chilena ni integrados por sus teólogos en la reflexión (homosexuales, pobres, mujeres, indígenas, infantes, divorciados, migrantes, no católicos), están también ausentes de la agenda organizada en Chile.
Así, un riesgo de esta visita es que ella termine siendo un espectáculo en el cual se exhiba lo más superficial de Francisco y se le presente un Chile pasivo y sin voces plurales. No fue casual, en ese sentido, la comparación entre la visita papal y los conciertos masivos como Lollapalooza que hicera uno de los voceros de la organización.
Estamos expectantes entonces para ver si el papa logra marcar una diferencia de la jerarquía chilena y dentro de las pocas posibilidades que han quedado en la organización de su visita logra alertar a los poderosos como Herodes y con él a los habitantes de Chile. Es cierto que el Papa ha demostrado tener habilidad para instalar temas y debates con acciones y reacciones inesperadas, pero el gran problema de ello es la poca durabilidad del efecto de ese impacto en los sectores más esclerotizados de la Iglesia. Por lo demás, esas acciones no siempre permiten al Papa tener un encuentro con los «no considerados» y escuchar lo que tienen que decir a la Iglesia.