viernes, noviembre 22, 2024

Wallmapu: democracia chilena y doble moral

 Adolfo Millabur Ñancuil, alcalde mapuche.

Entrevista de Leopoldo Noyola

En el siglo XXI, Chile mantiene un conflicto con el pueblo mapuche, 83 por ciento del millón ochocientos cuarenta mil pobladores originarios del país. Los españoles tuvieron que pactar con ellos un siglo después de iniciada la conquista, porque no hubo manera de vencerlos. Los chilenos, en cambio, destrozaron a los mapuche a su regreso triunfal de la guerra del Pacífico y los echaron de sus tierras; los mapuche fueron asesinados, robados y humillados.

Un caso de alto impacto es el de la Machi Francisca Linconao, autoridad mapuche de 81 años, acusada junto con diez comuneros de un ataque incendiario que originó la muerte del matrimonio Luchsinger-Mackay en 2013, y que en enero de 2017 llegó al extremo de la huelga de hambre contra la insostenible acusación, lo que volvió a poner a debate la Ley Antiterrorista promulgada por Pinochet para encarcelar opositores, inexplicablemente mantenida por la democracia para reprimir a los indígenas. La guía espiritual publicó un video dirigido a la presidenta Bachelet que expresaba: “Le exijo que venga a verme, yo tomé la huelga de hambre, estoy sufriendo y usted entenderá, como mujer y doctora. Usted tiene que apoyar a la mujer, soy inocente del caso Luchsinger-Mackay, injustamente llevo encarcelada nueve meses”.

En mayo de 2017, los precandidatos a la presidencia polemizaron sobre la Ley Antiterrorista, debido a los acontecimientos del 24 de mayo en Victoria y Ercilla, en La Araucanía, donde desconocidos incendiaron siete camiones y esparcieron panfletos alusivos a la causa mapuche. El puntero, y expresidente, Sebastián Piñera respondió airado a sus contendientes Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez por considerar a los mapuche delincuencia común: “Negar el carácter terrorista de estos hechos y negarse a aplicar la Ley Antiterrorista sólo favorece a los terroristas y perjudica a las víctimas y a los inocentes”. El ex mandatario afirmó que en su siguiente presidencia no sólo va a aplicar la Ley Antiterrorista, “sino que la vamos a perfeccionar y fortalecer a través de una serie de figuras que ya están contenidas en la Ley de Combate al Narcotráfico”.

Desde la región del Biobío, en la comuna costera de Tirúa, habla uno de los quince alcaldes mapuche del país, Adolfo Millabur Ñancuil. El alcalde resume: la población chilena prohibió a los mapuche usar su idioma, los invadió y les quitó todo. El pueblo devastado se reorganizó y vive ahora su reconstrucción. En el gobierno del socialista Salvador Allende los mapuche creyeron que se iban a recuperar, pero ese sueño lo destruyó la dictadura de Augusto Pinochet: mucha de su gente fue detenida, torturada sin ninguna protección. El dictador creó una ley antiterrorista para aplicar penas muy severas a sus opositores. Lo impensable es advertir que muchos de aquellos opositores, que ahora gobiernan el país, la aplican específicamente a los mapuche. “Una doble moral, una doble conducta” de lo que ellos mismos se quejaban en foros internacionales, atiza Millabur. En doce años, 15 ciudadanos mapuche han sido asesinados por carabineros, grupos paramilitares y personeros de las empresas forestales que asolan los pueblos. Al menos 67 mapuche han sido imputados por delitos contemplados en la Ley Antiterrorista, que dobla las penas comunes en casos de incendio, homicidio y secuestro; permite el uso de testigos protegidos y extiende los periodos de prisión preventiva.

Millabur Ñancuil tiene 48 años. el alcalde es lafkenche. Aquí su testimonio:


En Chile el mapuche no puede negar que lo es,
 porque la mayoría de los chilenos tienen rasgos no indígenas. Nunca hubo mezcla. Yo crecí en esa lógica; casarse con una del otro bando era como una traición. En los últimos años ha habido un poco más de mezcla entre chilenos y mapuche.

La cultura dominante no quiere mirar lo que somos; de ahí el reparo a los antropólogos que dicen que los cristianos tienen religión y nosotros creencias; que los cristianos, los europeos tienen idiomas, nosotros dialectos. Hay una clara carga negativa, discriminatoria. Lo mismo con la cosmovisión de los pueblos en cosas muy elementales. Yo les preguntaría ¿qué significa mapu?

Dicen que significa tierra, el lugar donde vivimos. Están completamente equivocados. Mapu es todo, el suelo, el cielo, lo que se percibe. Wallmapu es el todo, el universo, pero siempre es mapu. Antiguamente el mapuche logra entender que él es parte de los otros, por eso respeta al río, porque es parte mío; por eso respeta a los otros elementos de la naturaleza como un yo, uno más. Los ambientalistas separan la naturaleza del ser humano, y el mapuche, a través del “Itrofil-mogen”, describe cómo cohabitamos todos, convivimos y nos respetamos.

Pero el ser humano vive de la naturaleza. Nuestros abuelitos fueron víctimas de la invasión, de la derrota de la guerra, y sobrevivieron, pero tuvieron que decir que sí a todo. Nuestra juventud re-descubre que cada palabra mapuche tiene un significado que se traduce en “Itrofil-mogen”. El occidental dice sustentabilidad; en mapuche lo que más se aproxima es “Itrofil-mogen”, que todos tenemos derecho a la vida, un concepto mucho más profundo, pues no habla sólo del ser humano, sino de todo.


Yo crecí como mapuche y no chileno.
 Lo políticamente correcto sería decir “soy mapuche”. Luego me tocó ser chileno, pero hay mapuche que son argentinos. Me tocó vivir mi niñez en la postguerra de Chile con los mapuche. La historia que estudian nuestros niños dice que nosotros guerreábamos con los españoles. Es verdad, guerreamos 300 años, pero fueron de paz y de guerra. Ningún pueblo en el mundo ha resistido 300 años. Fueron 50 años de paz y luego la guerra, y así, hasta que llegó la frontera a Concepción, la última establecida con los españoles.

Nos tocó ser uno de los pocos pueblos que firmó un tratado con los españoles, la Paz de Quilín en 1641. Pero nos lo escondieron. De 1810 para acá nos invadieron y nos sometieron, nos arrinconaron a los peores lugares. Los españoles no ganaron nunca. Con los chilenos, en una época muy compleja, perdimos la guerra. En Argentina le llaman “la campaña del desierto” y acá “pacificación de la Araucanía”.

Mi abuelita contaba que los mapuche no quisieron pelear la Guerra del Pacífico, se escondieron, pero de puro leyendo vi que cuando se hizo la Guerra del Pacifico de Chile con Perú y Bolivia los mapuche se rebelaron, quemaron Lebu, Cañete, las ciudades del sur del Biobío. Mientras guerreaba Chile allá, ellos se levantaban acá. Eso no lo cuenta la historia a los niños. Ahora se está reconstruyendo la historia, pero Cañete desapareció.

Entonces, si me pregunta qué recuerdos tengo, creo que viví en un tiempo de mucha dificultad, porque cuando uno le gana la guerra a otro, si cuento con un vecino al que he vencido, no voy a darle la mano para que se levante. Nos dejaron a la muerte, en la miseria, nos quitaron nuestra hacienda y todo. Hace unos setenta años, cuando estos pueblos estaban devastados, se reorganizaron con sus propios medios haciendo pactos de negocios con los chilenos. Se dice que los mapuche entregaron la tierra, pero ¿qué les quedaba? Firmar documentos para poder sobrevivir. Crecimos sin ninguna condición de sobrevivencia, muy lejos de lo que significa estabilidad. Todos los recursos naturales nos fueron retirados, comíamos lo básico.

Los profesores nos castigaban por no hablar español. Nos prohibían hablar mapudungun. Mis papás no me enseñaron mapudungun porque si hablaba mal el español me iba a ir mal en el colegio. Si no pronunciaba bien el español era víctima de burlas, lo que hoy se llama bullying. Y lo más trágico es que el profesor era mapuche, andaba bien vestido, de corbata, impecable, y los pisos de la escuela ¡de tierra! Nos mandaba todas las mañanas a lavarnos los pies, hubiera o no escarcha. No sé qué cosa tenía el profesor en su cabecita, que teníamos que ir con los fríos de invierno a lavarnos los pies y entrar a la sala con los pies sin barro, aunque los pisos eran de tierra. Era un adoctrinamiento. Y al que no podía pronunciar las vocales le pegaban. Mi papá me enseñó a pronunciar bien en español y las cuatro operaciones básicas, las vocales, a leer. Cuando llegué a primero básico fui un alumno adelantado, pero no creo que haya estado preocupado por ser buen alumno, sino de que no me pegaran.

A los niños de ahora les decimos “tienen que estudiar”. A mí me da la impresión de que nadie me dijo que tenía que estudiar, sino simplemente que tenía que ir a la unidad. Mi mamá murió cuando yo tenía nueve años. Crecimos nueve hermanos con mis primos y tías.

Estaba en primero básico, tenía siete años cuando el golpe militar. Mi papá fue “de izquierda”, siempre anduvo de dirigente de comunidades, en la reforma agraria. Y para la familia de mi papá, no muy conectada a la lucha social, era casi terrorista, el malo, el revolucionario. Entonces vino el golpe militar. Me acuerdo que mucha gente venía a la casa de mi papá, eran mapuche, dirigentes estudiantiles. Cuando el golpe militar, el mismo maestro de la corbata facilitó su escuela para que los militares pusieran su centro de operaciones, y decía que había unos pocos comunistas en la zona y que los iban a detener. Imagínese a mí, como niño, escuchando eso y pensando en mi papá. Él se sumergió, desapareció. Después del golpe sacó de la casa todo lo que es literatura, no sé si los quemó. También sacó armas. Y se fue. Mi mamá sostuvo la casa como pudo. Después supe que no estaba tan lejos, se fue a la clandestinidad con un tío, y ese tío antes de morir me contó a dónde iban a dormir escondiéndose de sus propios hermanos, porque eran sospechosos. Los buscaban con tanquetas por todos lados. Lo dejé de ver, no tengo certeza por cuánto tiempo.

En la zona mucha gente fue detenida, torturada y no tuvo protección. No pertenecían a la red partidaria, los partidos quedaron desarticulados. Ya de grande me tocó entrevistar a las víctimas de la época, cuando pasaron cosas muy terribles, tomaban a la gente, la subían a un helicóptero y los metían en botes en el lago Lleulleu. Los amarraban para que dijeran quiénes estaban contra el gobierno.

Mi viejo pasó penurias, no fue torturado porque se escondió, no fue detenido tampoco. Por fortuna mi papá me dio orientación sin darse cuenta; con él escuché en Radio Moscú —que llegaba de la Unión Soviética por onda corta y la escuchábamos al lado del fogón— lo que pasaba en Chile. Yo era un cabro de 12 años, pero me gustaba tanto escuchar que mi papá me decía: “esto no debís de contarlo a nadie”. Radio Moscú mentía también porque nos daba la idea de que estábamos ganando, pero Pinochet seguía ahí.

Después se reorganizaron las comunidades de maneras más lúcidas, vinieron los partidos de izquierda a organizar a la gente, y me fui metiendo en la política. Mi papá me llevaba a que le cuidara el caballo en el monte mientras él iba a reuniones clandestinas. Me decía: “Tú te quedas aquí, no te muevas.” Se ponía un gorro tipo montañés y se metía al monte. Lo que nunca supo es que lo seguía. Algún día que nos tomamos un vino juntos le dije. Ahí me abrazó mi viejo.


En los sesenta hubo revolución en el mundo entero. 
Vino el gobierno de Allende y los mapuche creímos que íbamos a recuperar la tierra. Nos fuimos en masa a recuperar los fundos que nos habían quitado los chilenos. Cuando los gringos dijeron: “si no hacemos una reforma agraria en Chile, la Unión Soviética con Cuba se nos meten y no los vamos sacar nunca”. Presionaron a través de la Alianza para el Progreso para que se hiciera una redistribución de la tierra, si no iba a estallar una rebeldía mayor. Se produjo la reforma agraria, Allende la quiso profundizar y nosotros también. Luego llegó Pinochet y se produjo la contrarreforma agraria, un fenómeno del que no se ha escrito mucho, que significa que aquellas tierras en manos del Estado fueron entregadas a particulares. Pinochet agarró estas instituciones y las puso a cargo de Ponce Lerou, su yerno. Ponce tenía control de todas estas tierra. Ya Allende las había destinado para reemplazar el bosque nativo por monocultivo. Ya venían con la idea de reemplazar el bosque nativo por monocultivo como la gran solución a la economía. Cuando llegó Pinochet, encontró miles de hectáreas plantadas. ¿Qué hizo Ponce Lerou? Las subastó en Santiago a un precio muy pequeño, casi simbólico, entregándolas a las empresas que hoy día tienen gran poder económico. Se hizo una especie de autotraspaso, a través de sus propias redes, para hacerse de toda esa tierra, con lo que volvieron a ser dueños los mismos que habían sido expropiados.

Nosotros los “invasores”, desde el golpe de Estado, nos arrancamos, la gente escapó porque si no la mataban. Las tierras quedaron en manos de las forestales. Nos fuimos a las otras tierras que también estaban a nombre del Estado en la cordillera de Nahuelbuta; no eran de mucho valor para los grandes propietarios, pues todos los valles productivos estaban escriturados a nombre de los descendientes de alemanes e italianos. La cordillera estaba a nombre del fisco, con campesinos pobres que vivían ahí.

En el segundo tiempo de la dictadura militar, estas tierras fueron regularizadas por personas y estudios jurídicos que le decían al campesino: “yo te compro el derecho de posesión”, y le pagaban diez pesos. Pero con ese derecho comprado inscribían la tierra a nombre de ellos y expulsaban a los campesinos, que no hacían resistencia porque el campesino y los mapuche tienen otro concepto de la tierra, no es que valga dinero, es otra cosmovisión. Se produjo un desplazamiento campo-ciudad brutal. En veinte años se despoblaron los campos de la cordillera de Nahuebuta.

Se produjo la contrarreforma agraria y el despoblamiento masivo, con lo que se poblaron los cordones de las ciudades. Una vez que se hicieron propietarios bajo subterfugios, pusieron fuego a los bosques nativos. Inventaron la ley 701 que subsidiaba las plantaciones de pino y eucalipto. Donde vivo, junto al lago Lleulleu, había bosque nativo. Fui testigo de cómo lo quemaron los propios mapuche que trabajaban en las forestales. Antes hubo canelo, ulmo, manío, avellano, el bosque valdiviano, la fauna estaba vigente. Otro paisaje. El agua era abundante. En los últimos 30 años cambió el paisaje de la montaña de Nahuelbuta de manera brutal.


Mucha gente depende del trabajo forestal. 
Como el gobierno creó con ello una alternativa económica, están casados con una dinámica que va al precipicio. El monocultivo de pino y eucalipto nos va a llevar a un colapso medioambiental en estas regiones, lo vemos con la catástrofe de los incendios que tiene que ver con eso, el que no tengamos agua para refugiarnos del fuego. Tampoco hay una planificación responsable sobre el uso de nuestros suelos. Cómo es posible que tengamos las ciudades rodeadas hasta el último metro cuadrado con árboles de monocultivo. Una bomba de tiempo. Curanilahue, que hace cuarenta años era una ciudad minera, de carbón, está rodeada de pino y eucalipto. Estamos expuestos a que se produzca un incendio y esa ciudad va a desaparecer.

Cuando voy a Valdivia encuentro eucalipto en las grandes praderas que producían leche, un mercado que no tiene la rentabilidad del pino. Estamos siendo irresponsables como humanidad, con nosotros mismos, con la seguridad alimentaria. No tenemos ni siquiera tierra para cultivar papa, un alimento básico que en el pasado permitió la sobrevivencia de Europa. Hay colisión de intereses, porque una cosa es dirigir una economía para que funcione relativamente normal, sana entre comillas, sustentable de cierta manera, y otra apostar a causas perdidas.


La ley antiterrorista es parte de los instrumentos del Estado
 y una forma de reprimir al pueblo mapuche. Cuando se constituyó este país, no hace más de doscientos años, en el diario El Mercurio se decía que éramos bárbaros y en el Parlamento se daban acalorados debates sobre si los mapuche éramos seres humanos. Se discutía si teníamos espíritu, si teníamos derechos. El Mercurio titulaba así: “Los mapuches no tienen alma”. A decir del diario, los mapuche éramos borrachos, salvajes y bárbaros. Ése era el mapuche que creían conocer los chilenos. Luego en los sesenta pasamos a ser revolucionarios y comunistas. Para El Mercurio y todas sus sucursales somos terroristas. Va instalado en el imaginario colectivo del chileno común de que somos terroristas. Somos objeto de burlas. A mí cuando voy a los partidos del gobierno de la burocracia estatal: “cuidado que traí fósforos”. Los mapuche luchan contra esas convicciones. Vivimos bajo el estigma. En Argentina también acusan a los mapuche de terroristas, porque también necesitan inventar la historia para desnaturalizar nuestra legítima lucha. Es un instrumento que el Estado chileno tiene a través de sus aparatos: gobierno, policía, tribunales, Parlamento, para frenar la pelea de los mapuche. Me parece paradójico que no hay ningún chileno preso por terrorista —salvo el caso particular muy publicitado de la bomba en Santiago, que además salieron libres. Es una ley diseñada para los mapuche. Aunque fue creada por Pinochet para aplicarla a todos sus opositores, que son los que hoy gobiernan. Ricardo Lagos, Patricio Aylwin, Michel Bachelet, incluso Frey, no hicieron ningún cuestionamiento, la aplican contra los mapuche. Le hicieron un maquillaje pero es la misma ley. Hay una doble moral. Los mismos que se quejaban en todos los foros internacionales de que Pinochet torturaba y aplicaba una ley ilegítima, esa misma ley la aplican contra los mapuche. Y nadie se sonroja, nadie se avergüenza.

Me tiene preocupado que la Sofofa (federación de empresas y gremios vinculados al sector industrial chileno), el poder más activo de los conservadores, levanta actualmente un discurso diciendo que en esta zona del país no hay estado de derecho. Me temo que después vayan a imponer una represión dura. Una más.

Fuente: La jornada.com.mx; suplemento: Ojarasca

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