(Un Hombre en la Playa – Xilografía – 50X43 cm. (1968))
Por Pacián Martínez Muñoz
-El destacado pintor Albino Echeverría, quien conoció al grabador Santos Chávez en la etapa germinal de su formación, evoca la figura del amigo, quien, pese al enorme reconocimiento obtenido en tierras foráneas, sigue siendo conocido en Chile sólo en los círculos endogámicos del arte. Hijo de José Santos Chávez y Flora Alister Carinao -de quien heredó y conservó los dos apellidos- quedó huérfano a temprana edad, transcurriendo su infancia en el paisaje milenario de sus ancestros mapuche.
“Santos Chávez pintó todo aquello que le cabía en el pecho y que contenía las imágenes recogidas en su infancia, transcurrida en Canihual”. Con esta sentencia resume el pintor Albino Echeverría el largo itinerario de la carrera del gran grabador Santos Segundo Chávez Alister Carinao, quien nació un 7 de febrero de 1934 en una zona rural de la comuna de Tirúa, y se convirtió, con el tiempo, en uno de los artistas plásticos chilenos más reconocidos en el extranjero, con exposiciones individuales en Sudamérica, México, Estados Unidos, España, Suecia, Alemania y Hungría.
Hasta Tirúa llegó Albino Echeverría en septiembre de 2015 para efectuar una charla en dependencias de la Municipalidad y presentar su colección privada de grabados y afiches de Santos Chávez, como un homenaje al artista en la semana aniversario de la comuna que lo vio nacer. La serie de obras, fundamentalmente xilografías (grabado en madera) -técnica que Santos Chávez manejó con particular maestría- no se exhibían desde hace un lustro en la Región del Bío-Bío y el propio pintor se encargó de la restauración de los vidrios y marcos, dañados por el terremoto de 2010.
En su casa de calle Pelantaro, en Concepción, Echeverría evoca la figura del grabador, a quien conoció en 1955, cuando ambos ingresaron a la Sociedad de Bellas Artes de Concepción. También compartieron por aquella época una vivienda interior en calle Galvarino con O’Higgins, que pertenecía a Edward Hyde, “uno de los personajes de la intelectualidad penquista, que la memoria colectiva fue olvidando con increíble rapidez”, afirma Echeverría.
A partir de ese momento y hasta 1960, año en que Santos Chávez emigró a Santiago, al Taller 99 de Nemesio Antúnez, se vieron con mucha frecuencia y juntos compartieron tertulias con otros artistas de la época. “Justamente en 1957 vino a Concepción Nemesio Antúnez, porque había obtenido el Premio Latinoamericano de Pintura en Brasil. Por ese motivo, en la Escuela de Arte, que estaba ubicada en Víctor Lamas con Caupolicán, se le hizo un homenaje. En la entrada, Violeta Parra había puesto en los muros una infinidad de instrumentos que había recopilado en la zona, porque ahí pensaba instalar un museo dedicado a la música. Aparte de Nemesio, Santos y yo, estaba también Tole Peralta, director de la Escuela y amigo nuestro. En medio de la reunión, y en el fragor de los manifiestos artísticos, Santos tiró una copa prácticamente a los pies de Antúnez y vociferó: ‘pero yo, mierda, voy a pintar la tierra misma…’”, rememora Albino Echeverría.
“Yo he recordado muchas veces esa frase por el alcance que tiene en su obra posterior. Todo lo que pinta Chávez durante su carrera es un mapa que tiene en el corazón y que es un trozo pequeñísimo de Arauco. Él no plasma su provincia, ni Chile, ni Alemania, ni Estados Unidos, ni México, ni Suecia, ni Colombia… Todo está compendiado en esa visión pequeña de su territorio inmediato, pero es una mirada tan honda, que ilustró todo un universo. En él se aplica con toda propiedad la famosa frase de Tolstoi que dice ‘pinta tu aldea y pintarás el mundo’”, afirma Echeverría.
Concepción, primera escala de la travesía vital
“Yo me encontraba en París cuando conocí acerca de la existencia de Santos Chávez, pues un amigo me indicó que había un grabador muy famoso en Europa,que hablaba siempre de lugares como Tirúa, Quidico y Canihual. Francamente, como sucede con la mayoría de la gente de su suelo natal, incluso en la actualidad, no estaba familiarizado con su nombre, ni menos con su obra. Cuando él retornó a Chile, a mediados de los años 90, yo ya era alcalde y tuve oportunidad de declararlo Hijo Ilustre de Tirúa, en el año 2000, pocos meses antes de su fallecimiento”, indica Adolfo Millabur, quien actualmente también ocupa el cargo de alcalde de la comuna.
Millabur añade que durante la estadía de Santos Chávez en Tirúa conversaron mucho acerca de su infancia. “Él, que quedó huérfano a temprana edad, fue pastor de cabras en Canihual y sólo podía acudir a la escuela cuando llovía, pues el dueño de los animales prefería no exponerlos al mal tiempo. Además, me confesó que lo golpeaba, y por eso, con 15 años, partió rumbo a Concepción, donde ejerció diversos oficios, como copero o panadero”, asegura.
Por esa época, cuenta Albino Echeverría, “se hizo muy amigo de otro de aquellos personajes olvidados, que merecería una crónica larga dentro de las artes plásticas de Concepción. Se trata de Omar Sebastián Medina, eximio dibujante, con quien Santos trabajó en una fábrica como decorador de vasos”.
“Posteriormente ingresó a la Sociedad de Bellas Artes de Concepción, época que está rodeada de mitos, que por lo demás son comunes a muchos creadores. Por ejemplo, he leído en algunos artículos que Santos habría sido expulsado de allí por no saber dibujar. Al respecto, puedo decir que eso es absolutamente falso, pues el director de la Escuela era nuestro amigo Tole Peralta, y por esos años la verdad es que ninguno de nosotros sabía dibujar. Además, las clases eran libres y ni siquiera nos matriculábamos para asistir a ellas”, comenta Albino Echeverría.
Respecto de la técnica del grabado, cuenta que en aquellos años se practicaba muy poco en la Sociedad de Bellas Artes de Concepción, fundamentalmente porque la prensa que existía era muy precaria. Entonces, ellos realizaban sobre todo xilografías.
“Sin embargo, en ese momento, Santos Chávez no destacaba por sobre el resto. Su talento natural y excepcional explotó al ingresar al Taller 99, donde descubre y define su vocación de grabador. Ya en el año 1961 comienzan a emerger sus grandes obras, impregnadas por la iconografía que iba a otorgarle esa impronta tan característica: las cabritas, algunas plantas, el sol, la luna, la tierra, los seres humanos y los insectos, entre otros elementos. Por otro lado, a partir de entonces comienza a dominar con enorme destreza la calidad y finura del oficio”, dice Echeverría.
Agrega que no ha visto otros grabadores en madera que tengan la delicadeza como para pintar, por ejemplo, el viento o el rocío. “También me llama la atención la utilización del negro en su obra y cómo evoluciona a través del tiempo, desde una masa compacta, a la incorporación de líneas y una atmósfera dentro del cuerpo oscuro. Pero quizás lo más relevante en este tremendo artista es la capacidad para poetizar su entorno. Por ejemplo, las cabritas que danzan frente a la luna, o las flores y plantas que se despliegan ante un espacio blanco, y que tienen una connotación casi metafísica”, subraya.
(El Viento es un Caballo Salvaje – Xilografía – 43X54 cm. (1992))
Reencuentro con las raíces
Tras el largo periplo que llevaría a Santos Chávez por varios países del mundo, entre ellos México, Estados Unidos, Suecia y Alemania, que lo acogió de manera especialmente cálida en el año 1981, vuelve a Chile para radicarse definitivamente en el país en 1994.
“En ese plazo comenzó a venir con relativa frecuencia a Concepción y visitó su natal Canihual, en Tirúa. Entonces empieza una revalorización de su obra en Chile, la que, sin embargo, todavía no alcanza el reconocimiento que merece y que sí logró en el extranjero. Santos Chávez es un grabador de estatura absolutamente mundial, aunque debe señalarse que probablemente el exotismo presente en sus trabajos contribuyó al éxito que logró fuera de nuestras fronteras. En ese sentido, se me ocurre comparar sus creaciones con los grabados inuit -propios de los pueblos esquimales- que observé hace poco en Montreal. Se trata de lenguajes que uno ve por primera vez y que entibian el corazón, más que el intelecto”, expresa el pintor nacido en Cauquenes.
Añade que seguramente en medios altamente refinados, su obra podría tener un carácter naíf o virginal. “En su trayectoria, a mi juicio, no encontramos prácticamente trabajos que podemos catalogar como ‘de madurez’. Siempre aparecen, consciente o inconscientemente, esas figuras y elementos vistos a través del prisma de la niñez. Yo he visto mucho grabado sueco, y en Praga, por ejemplo, observé unos trabajos fantásticos, pero es algo muy diferente a lo que hace Santos Chávez, cuyas obras aparecen cruzadas por poesía. Ese es, quizás, su principal aporte y el sello distintivo de sus personalísimas creaciones, que emergen traspasadas por la mirada cristalina de la infancia”, finaliza.