Publicado por Rey de La Patagonia
En 1910 el ingeniero Carlos R. Gallardo publicó su libro “Los Onas”, donde escribe al respecto del robo de ovejas por parte de los selk’nam de Tierra del Fuego: “son la consecuencia del progreso que obligó al hombre civilizado a quitar poco a poco al ona la tierra de sus antepasados, disminuyendo así la extensión de los campos en que antes pastaban las tropillas de guanacos que la naturaleza había creado para servirles de alimento. Hoy ese mismo hombre civilizado ha puesto ovejas en los prados, remplazando a los guanacos, es decir, ha desterrado al ganado del ona para dar pastaje al suyo, sin preocuparse para nada si a ese hombre, primitivo dueño de la tierra y del guanaco, le queda para comer o si se muere de hambre por lo que nada de condenable tiene que el ona se apropie de las ovejas”. A partir de entonces, los terratenientes de la Patagonia, con José Menéndez a la cabeza, ordenarán la persecución y caza de los «indios ladrones», provocando una verdadera carnicería. Imagen coloreada por Carlos Alberto Villarroel (19 de diciembre de 2014).
En agosto de 1895, a pesar de que Chile había abolido la esclavitud setenta y dos años antes, Punta Arenas celebró en la plaza pública un reparto de indígenas capturados en Tierra del Fuego. Los niños se entregaron a los habitantes de la ciudad que lo solicitaron. El sacerdote salesiano Maggiorino Borgatello nos ha dejado una vívida descripción de aquellos días terribles: “en medio de escenas las más desgarradoras, sacando por la fuerza los hijos de los brazos de sus padres para hacer de ellos esclavos. Por los malos tratamientos recibidos, por el hambre y nostalgia y sobre todo por verse privados de sus criaturas sin saber noticias de ellos, todos los indios cayeron miserablemente enfermos y no pocos han muerto. Lo peor era que esos enfermos, así de gravedad como se hallaban, eran enteramente abandonados y muchos yacían sobre la nieve o barro, sin abrigo ninguno, y casi desnudos por completo”. La “cacería de indios” había sido ordenada por Mauricio Braun, gerente de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, mientras que el reparto de esclavos fue una idea de Manuel Señoret, gobernador de Magallanes. 165 selk’nam fueron hechos prisioneros y un número indeterminado, que se resistió a sus captores, fue asesinado. Fotografía de dos selk’nam, Fernand Lahille, 1896 (19 de enero de 2015).
La historiadora argentina Nelly Iris Penazzo describió ya en 1996 cómo se organizaban las cacerías de los selk’nam por parte de los empleados de José Menéndez con la ayuda de la policía argentina. Cita, con nombres y apellidos, a todos los implicados: “Desde el fin de 1897 a mediados de 1898, la región del Río Grande se transforma en un campo de batalla a medida que se organiza la Estancia Primera Argentina, que sirve como centro de operaciones, desde donde parten las expediciones punitivas contra los Onas. Es comandada por el administrador James C. Robins y el mayordomo o capataz Alejandro Mac Lennan. Los empleados subalternos y los policías alojados en distintas casas y puestos de esa estancia, que se calcula puede llegar a 15 guardias policiales, con sus respectivos comisarios, entre los cuales se identifican a Ignacio Igarzábal y Atanasio Navarro, quienes también participan en las operaciones. Tampoco es ajeno a los hechos el propio Jefe de Policía Ramón Lucio Cortés y el secretario de la Gobernación Mariano Muñoz. Cortés fue herido en una de las acciones y es el comisario inspector José Pezzoli el que lo sustituye en la empeñosa tarea punitiva”. En la fotografía, Josecito Menéndez Behety y dos «cazadores de indios», Alexander Mac Lennan y Sam Hyslop, sentados tranquilamente los tres como si fueran los jefes de los policías (14 de febrero de 2015).
Sorprende comprobar cómo los autores que criticaron abiertamente la violencia de la colonización de la Patagonia y Tierra del Fuego señalando directamente a sus responsables, los grandes terratenientes del sur, vieron silenciados sus trabajos y olvidados para siempre sus nombres. Es el caso del periodista y escritor chileno Domingo Melfi (1892-1946), que se atrevió a escribir: «El problema del habitante en la Tierra del Fuego siempre ha tenido características dolorosas. El blanco que acudió a colonizar tuvo también que extirpar al nativo que ocupaba esas soledades y de las cuales era dueño y señor absoluto. Los onas eran una tribu pacífica que vivía de la caza del guanaco. Pero también ese animal había sido alejado o exterminado por el blanco, que lo cazaba en grandes cantidades. El indio desesperado se volvió contra lo que él llamaba «guanacos blancos», o sea, las ovejas que ya comenzaban a poblar las grandes extensiones concedidas a extranjeros. El blanco civilizador en lugar de darle otros bienes, si no iguales a los que le había quitado al menos compensadores en parte, lo persiguió como a las fieras». El óleo de Charles W. Furlong muestra a un grupo de cazadores selk’nam hacia 1908, Smithsonian American Art Museum (21 de agosto de 2015).
En marzo de 1896, por indicación de los terratenientes ganaderos, la policía argentina llevará a cabo una batida contra los selk’nam en las cercanías del cabo Domingo, en Tierra del Fuego, con el resultado de la captura de ochenta mujeres, hombres y niños y un reguero de muertos y heridos en la acción. Los detenidos, entre los que había veintiséis niños de menos de diez años de edad, fueron confinados en una rudimentaria prisión en Ushuaia, donde se los mantuvo encarcelados nueve largos meses. En ese plazo, muchos morirán de enfermedades, otros fueron trasladados a Chubut y los menos se dispersaron nuevamente por la isla. Fernand Lahille, empleado del Museo de la Plata que visitó Ushuaia en esas fechas, nos dejó algunas fotografías estremecedoras, como ésta donde se ve a dos de los prisioneros selk’nam que, a pesar de su fortaleza física, no pueden ocultar sus rostros demacrados y llenos de espanto (6 de septiembre de 2015).
Que nadie piense que las «cacerías de indios», con las que los grandes terratenientes ganaderos estuvieron a punto de exterminar al pueblo Selk’nam de Tierra del Fuego, fueron aceptadas como algo «normal» en la época. Existen muchos testimonios contemporáneos de personas que alzaron su voz para protestar por lo que estaba sucediendo. Un ejemplo, en 1893, antes de que se produjeran algunas de las peores matanzas en la isla, el pensador anarquista Élisée Reclus escribía: “Pero, ¿cuántos quedan hoy? Nacidos cazadores, persiguen el ganado de los blancos sin poder comprender que cinco o seis pastores puedan necesitar para ellos solos tantos miles de ovejas: encuentran muy natural compartirlas. Pronto habrán perecido todos, perseguidos por hombres armados de fusiles, a los que se les entrega como prima una libra esterlina por cada cabeza de indio”. Aunque más discretamente, los Menéndez, Braun y otros estancieros, continuaron la despiadada persecución de mujeres, hombres y niños hasta su casi total desaparición. En la imagen dos supervivientes, aferrados a sus arcos, en las cercanías de la misión de Río Grande (15 de abril de 2016).