Para los pueblos originarios, todos los días es 12 de octubre. Ese día, como bajo un hechizo, el tiempo se detuvo. Quienes lo celebran, lo hacen por majadería, para enrrostrarnos el éxito de la negra brujería que nos arrojaron sus ancestros. Quienes lo conmemoran, en cambio, hacen evidente que nunca ha dejado de ser 12 de octubre.
El 12 de octubre está presente en la usurpación de las aguas y tierras de los pueblos del Norte y sur de Chile; en la imposición de una economía depredadora y extractivista en territorios indígenas; en la negación de nuestro derecho como pueblos originarios al autogobierno; en el culturalismo y folclorización al que los reducen; en la pérdida de las lenguas originarias por mal financiamiento y políticas asimilacionistas; en la pobreza indígena rural y urbana; en la imposición de parques nacionales y leyes patrimoniales que permiten el huaqueo privado y estatal, e impiden su uso ceremonial; en la apropiación y mal uso de nuestra música y bailes; en el patentamiento de nuestros diseños y de nuestra lengua; en la biopiratería y la usurpación de nuestras semillas; en la perversión y apropiación de nuestra religión; en la suplantación de los pueblos originarios por grupos no indígenas; en la negación estatal del colonialismo al que estamos sometidos; en la represión policial y persecución judicial de los líderes originarios que defienden nuestra libertad y derechos; y en tantos otros ámbitos de nuestra vida.
El 12 de octubre es un eterno presente, pues para los pueblos indígenas, desde aquel primer 12 de octubre, nada o muy poco ha cambiado. Cada día es retornar a él, es sentirse en él, es vivir en él. Nuestros muertos vuelven a gemir por el dolor de la espada y la hoguera, y los vivos aún padecen las consecuencias del día penumbroso que sobre esta tierra dejó la invasión y el saqueo.
Ocurre una paradoja: ya no es sólo 12 de octubre para nosotros los pueblos indígenas. Para el pueblo chileno también, pues el agua que nos quitaron tampoco les pertenece ya. Las tierras, los recursos de pesca, la minería, la geotermia, las semillas, la biodiversidad, todo lo que nos quitaron ya no es de ellos, pues sus líderes las entregaron, bajo amenaza o vil precio, a potencias extranjeras o empresas transnacionales.
¿Podremos salir de éste día sin fin, de esta condena perpetua a vivir una y otra vez el mismo día, en que la historia de los pueblos originarios se detuvo un 12 de octubre?.
Tal como lo señalan nuestros abuelos, para que salga el sol y la luna día a día, para que llueva y crezca la hierba, para que la semilla germine y brote, para que haya vida, hay que hacer «pago a la tierra», reciprocar a la vida, respetar lo que se nos ha dado, nuestra herencia, nuestra forma de ver el mundo, «estar y no estar».
Para volver a ser fuertes y regresar a la historia, debemos demostrar al mundo que somos capaces de autodeterminarnos, de auto gobernarnos. Esa fue nuestra realidad hasta el día 11 de octubre. Para pasar del 12, debemos cultivar y recuperar nuestra dignidad y autogobierno.
Derrotar el 12 de octubre implica trascenderlo, quitarle sentido, construir la base política de una nación, dejar de esperar la medianoche para actuar. Tenemos que madrugar, desde temprano e incansablemente, bregar, para que en un instante mágico, podamos pasar al siguiente día, y recuperar nuestra libertad.
Por Ariel Leon Bacián
Aymara – quechua del territorio de Tarapacá.