El Tratado Transpacifíco (TPP) se desmorona. Así lo estima el economista José Gabriel Palma, quien en esta columna explica las razones de su caída. Entre ellas, “el oportunismo narcisista” de Donald Trump y la filtración “de las presiones inaceptables de Estados Unidos en la negociación del tratado gemelo con Europa (TTIP)”. Serán en vano, dice, los esfuerzos desplegados por el gobierno chileno para “pretender que es un tratado comercial y no uno cuya verdadera finalidad es proteger los intereses de cuanto especulador, rentista, depredador y extorsionador (como en los medicamentos) existe”.
Por José Gabriel Palma – Fuente: ciperchile.cl
Qué perdida de tiempo y recursos va a significar el TPP (Trans-Pacific Partnership). Más de cinco años de negociaciones. Más de 600 lobistas y abogados corporativos (muchos a mil dólares la hora) representando a las multinacionales en los debates y escribiendo los textos de la nueva jurisprudencia e institucionalidad del TPP (incluido el modus operandi de las nuevas cortes que hasta el Financial Times las ha llamado “opacas”). Todo el silencio de nuestro Poder Judicial, a pesar de que las multinacionales le decían en su cara que quieren un TPP porque no tienen confianza en su imparcialidad, integridad o jurisprudencia.
Todo el esfuerzo del gobierno para colocar en vitrina, y en la forma más vistosa posible, los pequeños avances comerciales del tratado (en nuestro caso, algo irrelevante por tratados anteriores), para así pretender que el TPP es un tratado comercial y no uno cuya verdadera finalidad es proteger los intereses de cuanto especulador, rentista, depredador y extorsionador (como en los medicamentos) existe en este mundo. La idea fue que así nadie se fijaría en lo que había detrás de la vitrina, en especial en la trastienda. Tanta declaración gubernamental siguiendo la “lógica-Peña” (mientras no haya una intención directa y maliciosa de mentir, todo vale). Tanto concierto de los Rolling Stones perdidos. Y ahora todo para nada.
Bastó el oportunismo narcisista de un payaso estadounidense, y la filtración (gracias a Greenpeace) de las presiones inaceptables de Estados Unidos en la negociación del tratado gemelo con Europa (The Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP), para que tanto por las elecciones en EE.UU., como por el rechazo a las tácticas de intimidación estadounidenses en Europa, se moviera el centro de gravedad respecto a estos tratados en forma sísmica. Y ahora el TPP y el TTIP se desmoronan como si fuesen una reforma de nuestro gobierno.
Hay que recordar que en cuanto al Trans-Pacífico, el escollo fundamental siempre iba a ser la ratificación en el Parlamento de Estados Unidos. Pero la ingeniería de Obama parecía tenerlo todo controlado, con los republicanos a bordo y suficientes demócratas como para generar mayorías y aprobar el TPP -y si fuese posible, también el TTIP- antes del término de su mandato (de la misma forma como había logrado aprobar el fast track para el TPP, el cual obligaba al parlamento a aprobarlo o rechazarlo cuando estuviese listo, sin dejar espacio para modificaciones). Era la última guinda en el pastel de su legado internacional.
LA JUGADA DE TRUMP, EL BUFÓN
Todo iba como reloj, incluido el apoyo incondicional de nuestros cheerleaders criollos (siempre incondicionales a la nueva modernidad neoliberal). Sin embargo, y para sorpresa de todos, the joker in the pack (el bufón del grupo) en la primaria republicana comenzó a enredar todo. Los otros 16 contendores estaban alineados con la posición oficial del partido (a favor de este tipo de tratados). Pero, como vendedor ambulante experimentado, Donald Trump supo leer lo que querían sus clientes (the silent majority), y se dio cuenta de que un segmento importante quería terrorismo para los terroristas; quería reconstruir (a cualquier precio) el antiguo orden internacional (la no tan “Pax” Americana), amenazada por el tsunami asiático, el polvorín del medio oriente, y la falta de resolución del problema Palestino; quería levantar murallas contra la inmigración y deportación de ilegales; y quería recuperar en forma indiscriminada cuanta industria fuese posible (en especial las asociadas al antiguo paradigma tecnológico y mientras más viejas y contaminantes mejor).
El problema básico de Estados Unidos es que su economía cada día más inmovilista (marca registrada del neoliberalismo desatado), deja atrás a una proporción cada vez mayor de su población al ser incapaz de adaptarse a los nuevos desafíos económicos. Su élite capitalista prefiere la financiarización, el rentismo y la depredación a la diversificación productiva, la absorción tecnológica y la competencia en manufacturas. ¿Suena conocido? Y en ese contexto, un discurso paranoico contra chinos, mexicanos y musulmanes, tiene un atractivo altamente seductor para aquellos grupos que quedaron sobrando en el nuevo modelo de acumulación.
El inesperado triunfo de Trump en las primarias republicanas colocó a su partido en un duro aprieto. En su discurso al ganar la primaria en Indiana, lo que confirmó su victoria (obligando a Ted Cruz a tirar la toalla), ya dejó en claro lo que iba a ser su estrategia de campaña contra Hillary Clinton. El problema para el establishment republicano era que Trump escogió como caballo de batalla un discurso anti-NAFTA, opuesto a la línea oficial del partido (olvidando mencionar que el 40% de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos están hechas de piezas y partes made in America). Como dicho tratado había sido ratificado por Bill Clinton y explícitamente apoyado por Hillary, era un tema ideal para separar aguas entre ambas candidaturas.
Otro tema era los crecientes conflictos de interés entre la política y las finanzas (donde Hillary también era vulnerable). Por supuesto que el NAFTA tiene una variedad de problemas, como también lo tiene la creciente influencia de las finanzas y la desregulación financiera llevada a cabo durante el gobierno de Bill Clinton, impulsada por su ministro de Hacienda Robert Rubin y su discípulo Larry Summers (Rubin, quien era ex-chairman de Goldman Sachs y futuro chairman del Citigroup, llegó a recibir US$126 millones como remuneración por sus servicios, incluida la negociación del mega-rescate de su banco después de la crisis de 2008 por parte de sus ex-subordinados). Pero un debate serio sobre tratados comerciales y la puerta giratoria (cada vez más corrupta) entre la política y las finanzas es algo que sobrepasa a la chabacanería de un populista de opereta.
La oposición de Trump al NAFTA y al TPP no pudo quedar más clara en su discurso luego de ganar el último round de primarias: “No vamos a aprobar el TPP, que es un desastre, un desastre para nuestro país; es casi tan malo como el NAFTA -firmado por Bill Clinton- que ha desmantelado nuestra manufactura, trasladando nuestras fabricas a otros lugares, en particular a México”.
Al discurso de Trump se sumó el de Bernie Sanders por el lado demócrata, quien a otro nivel y por razones muy distintas, también se oponía al TPP y al TTIP, y a la influencia nefasta de las finanzas en la política. Con eso Hillary quedó en la mitad del sándwich, y no tuvo más alternativa que nadar con la corriente. Primero, criticó el secreto de la negociación y luego el contenido del TPP (a pesar de haberse declarado a favor de negociar un tratado tipo-TPP cuando era secretaria de Estado). De hecho, el Partido Demócrata acaba de nombrar un “Drafting Committee” para elaborar el programa del próximo gobierno con una clara mayoría antagónica al TPP y al TTIP, y con el abierto apoyo de Hillary.
En cuanto al TTIP, todo indica que ya pasó a la historia, pues agoniza en Europa camino a su muerte natural. En Europa habrá mucho “renovado”, pero aun así causó consternación cuando se revelaron las presiones norteamericanas para relajar los estándares europeos (ya insuficientes) de protección al medio ambiente, de respeto a los consumidores, de defensa a la competencia, de regulación agrícola respecto a productos con denominación de origen y del derecho a tener sistemas de salud pública de cobertura universal.
Un ejemplo de esto último es que en el Reino Unido el costo mediano de un tratamiento de cáncer es equivalente a casi dos millones de pesos al mes; en Estados Unidos, el mismo cuesta seis millones de pesos (el doble de su PIB mensual por habitante, mientras que en UK es menos de un tercio de eso desde la perspectiva de ese indicador, gracias al poder de compra de un sistema nacional de salud que atiende a más del 90% de la población). No es muy difícil adivinar a cual de los dos precios se iba a converger con el TTIP (igual cosa nos iba a pasar a nosotros con el TPP, a pesar de tanta declaración insólita de nuestros representantes en el tratado).
Por su parte, todo indica que nuestro TPP ya quedó sentenciado en el parlamento estadounidense como “DOA” (dead on arrival o ya muerto al llegar). De hecho, lo más probable es que Hillary, de ganar, va a tener preocupaciones más inmediatas al respecto, como hacerle un facelift (cirugía cosmética) al NAFTA para salvarlo. Si gana Trump, entre sus atribuciones presidenciales está el dar simplemente seis meses de aviso para sentenciar al NAFTA.
TTP MUERTO: ¿Y AHORA QUÉ?
Lo inmediato es que la estrategia de campaña de Trump hace impensable que los parlamentarios republicanos puedan ahora apoyar un nuevo tratado (TPP o TTIP), ya sea antes de que termine el período de Obama, o en la presidencia siguiente, gane quien gane la elección.
Eso no significa que nuestros queridos parlamentarios van a dejar de lado la tramitación del tratado; pero cuando la mayoría yihadista neoliberal lo apruebe -la misma que ratificó la “Ley Longueira”- solo servirá para cantar a los cuatro vientos (a lo Miguel Aceves Mejía), que sin las queridas multinacionales “soy nadie, que no soy nadie, que nada valgo sin su querer”. Como quizás diría Hannah Arendt, lo que caracteriza a una parte importante de nuestra clase política, incluida la corrupción de algunos, es la banalidad de sus actos.
Sin embargo, que el TPP esté sentenciado no significa que haya que bajar la guardia. Más no sea para exteriorizar las falacias e insubstancialidad de nuestros “renovados”.
Por supuesto que Trump no brotó de generación espontánea. Como diría Hegel, no es más que un fruto de su época, reflejando brillantemente su mediocridad. Antes, al menos de vez en cuando, la historia nos ofrecía algún Hamlet revolucionario (como Muhammad Ali); ahora parece burlarse de nosotros brindándonos Macbeths tropicales.
Mi hipótesis (ver por ejemplo) es que esta época -llamémosla globalización neoliberal- se caracteriza por un fenómeno muy especial. Muchos esperaban que trajera una gran convergencia entre las naciones, como mayor similitud ideológica y en las instituciones. Lo que siempre intuí, y dejé en blanco y negro hace mucho tiempo, es que si bien íbamos a converger, esa convergencia (desgraciadamente) no se iba a dar en torno a las características civilizadoras de los países “avanzados”: aquellas que después de la guerra trajeron, entre otras cosas, los acuerdos de Bretton Woods, la sanidad keynesiana en política económica, incluida una gran reducción en la desigualdad, el Plan Marshall, el Servicio Nacional de Salud Británico y el Estado de bienestar. En cambio, con algunas excepciones asiáticas (los eternos herejes del neoliberalismo -qué envidia da el pragmatismo y el concepto de nación que tienen por allá, parecen ser los únicos que entienden la diferencia entre ser país y nación-), yo argumentaba que íbamos a converger hacia lo que nos caracteriza a nosotros, países de ingreso medio, altamente desiguales, con élites insubstanciales, estados eunucos, ideologías fundamentalistas y tanto académico y político encandilado por sus conflictos de interés.
Es decir, no es que nuestra desigualdad iba a civilizarse a los niveles de la OECD, sino al revés. El 1% más rico en Estados Unidos, el cual ganaba menos del 10% del ingreso cuando Reagan fue elegido presidente, hoy nos pisa los talones tanto en lo que se apropia del ingreso nacional, como en la intrínseca ineficiencia que debe generar para lograr eso. De hecho, Estados Unidos ya nos pilló en cuanto a su desigual mercado (esto es, antes de impuestos y transferencias: Gini 50.4 contra nuestro 50.5).
También es el caso de nuestros mercados laborales. No es que éstos iban a evolucionar con la globalización neoliberal hacia los niveles de progreso de sus contrapartes en países más desarrollados, sino al revés. Y cuando los hermanos Bush hicieron el fraude electoral en Miami en 2000, yo ya escribía que de seguro había sido diseñado por asesores de campaña provenientes del otro lado del Río Grande.
DESIGUALDAD SIN CONTROL
En otras palabras, lo que más caracteriza hoy a Estados Unidos es su “tercermundización” -o banalización- con su desigualdad desatada producto de élites móviles que se apropian de los frutos del crecimiento: el 1% más rico se ha apropiado de más de dos tercios del crecimiento del ingreso por familia desde principios de los ‘90; y el decil más alto ahora se lleva la mitad del ingreso. Un nivel nunca alcanzado desde que hay este tipo de estadísticas, incluso superando a 1928, en la cima de la burbuja financiera de los roaring 1920’s (en el fragor de los años 20). Esto jamás sería posible sin gobiernos esterilizados (como los nuestros) y una política cada vez más realista-mágica, que si bien tiene poco auto-respeto, no le falta originalidad. Berlusconi ya daba cátedra en eso.
A diferencia de lo que predecía Marx en el prefacio de El Capital, ahora, en la nueva modernidad neoliberal, no es el Norte el que le muestra al Sur la imagen de su futuro, sino al revés. Y a propósito de ese futuro, es muy tentador decirles a mis amigos del Norte: ¡Bienvenidos al tercer mundo! (como me entretuve diciéndolo en una conferencia la semana pasada en el “Big Apple”).
TRUMP Y LOS SIETE MAGNIFICOS
¿A alguien le cabe duda que Trump no se asemeja a un Frankenstein construido a partir de componentes de nuestros héroes visionarios, aquellos que desinteresadamente introdujeron el neoliberalismo en América Latina? The Magnificent Seven: su respeto por los derechos humanos lo aporta Augusto Pinochet, su sentido estético viene de Carlos Menem, su honestidad de Carlos Salinas de Gortari, su apego a la democracia de Alberto Fujimori, su consecuencia ideológica de Fernando Collor de Mello, su seriedad fiscal de Alan García, y su sanidad mental de Abdalá Bucaram. El terror es que si gana Trump se puede volver a confirmar la profecía de Hannah Arendt, aquella que ya se confirmó en el Chile de los golpistas y del grupo duro de los Chicago Boys: el peor mal lo hace gente insignificante.
Un acuerdo similar, aunque más informal, parece que se llevó a cabo con SQM. Por una parte, se hizo vista gorda de la forma en la que un ex burócrata de CORFO, y empresario saliendo de una quiebra, aprovechó privatizaciones brujas y relaciones familiares para adjudicarse en el cyberday de los Chicago Boys una de las empresas más importantes de Chile a precio de liquidación (con todo el respeto que le tengo a Patricio Aylwin, el error más grande de su gobierno, y uno de los más grandes de nuestra historia, fue no haber creado también una Comisión Rettig para investigar los crímenes económicos de la dictadura, pues no hay nada más contagioso e ineficiente que darle impunidad a los portonazos de cuello y corbata; parafraseando a Vargas Llosa, ahí fue donde se jodió Chile). Por otra, la CORFO firmó un contrato con la empresa que controla dicho sujeto, que le permite explotar de manera exclusiva y excluyente el Salar de Atacama, de donde saca más del 50% de sus utilidades anuales” (ver El Mostrador).
Y por lo poco que se ve del iceberg, eso pareciera que fue (al menos implícitamente) a cambio de un flujo de propinas para partidos y políticos de la Concertación/Nueva Mayoría -administrados con mucha Imaginacción (consultores)-. Que nadie vaya a decir que los chilenos somos codiciosos; a diferencia de la danza de millones que tiene lugar en Argentina, Brasil, México y Venezuela, en Chile (salvo lo que pasó con las privatizaciones y sigue pasando con las rentas de los recursos naturales) una limosna basta, como en la Ley Longueira.
LOS NEGOCIOS DE CHE COPETE
La historia empresarial del Che Copete estadounidense también está llena de extravagancias, como el sinnúmero de quiebras virtuales para renegociar deudas (ya nos prometió hacer algo similar con los Bonos del Tesoro). Por su parte, la Universidad Trump le hace collera a muchas de nuestras universidades privadas. Pero hay que dar reconocimiento donde lo merece: su genialidad política fue la de ser capaz de articular la rabia de aquellos ex-proletarios, ahora pobre-letarios, que quedaron de sobra en el nuevo proceso de acumulación neoliberal. Aquél que sólo premia a la financiarización desatada y sin fronteras (en especial con paraísos fiscales), el rentismo de todo tipo, el fin de la competencia como motor dinamizador de la economía, y que es gloria y majestad para todo tipo de trader que sabe explotar las crecientes fallas de mercado (incluso las políticas).
También gratifica generosamente el tráfico de influencias. En nuestro caso, especialmente la de aquellos que hicieron su nombre criticando el modelo para ahora pasarse la vida defendiéndolo. Si uno les preguntara por ese pasado, seguro que dirían, como Cassio en Otelo, que en materias económicas “me acuerdo de una pelea, pero no por lo que peleábamos”. Como he dicho anteriormente (parafraseando a Oscar Wilde), en nuestro moderno proceso de acumulación, ganar plata haciendo algo socialmente útil es signo de falta de imaginación.
BENEFICIOS VIRTUALES
Finalmente, ¿por qué hay en Estados Unidos tanto descontento con los (mal llamados) tratados comerciales? Un factor que hace a una parte importante de la población caldo de cultivo del Fra Fra norteamericano. Lo básico de la respuesta es que fuera de Asia, los costos de la globalización neoliberal son reales y muchos de los beneficios son virtuales. Mis colegas neoliberales predicaban (palabra que hay que entender en forma literal) el libre comercio por su naturaleza “win-win”. Pero como nos explican economistas del MIT, aquellos trabajadores en Estados Unidos que han sido afectados por el comercio con China y México lo han sido por mucho más tiempo, y en forma mucho más profunda que lo que se esperaba. Y estos trabajadores (y con razón) han perdido la paciencia. Y esto no sólo porque el mercado laboral, por muy liberalizado que sea, no tiene la flexibilidad que se esperaba.
Desde mi perspectiva keynesiana eso se debe en lo fundamental a la naturaleza de las empresas “ganadoras”. Hoy día en Estados Unidos las utilidades corporativas (y la deuda corporativa) están en un nivel récord histórico, pero la inversión privada está por el suelo.
¿Y qué hacen las corporaciones con esos recursos que no invierten? Se destinan ya sea al casino financiero, a comprar sus propias acciones (y así subir su precio -y los bonos de fin de año- en forma artificial), repartir dividendos astronómicos, a comprarse unas a otras a precios siderales (para así poder coludir en forma legal y eludir impuestos), a incrementar salarios y beneficios de ejecutivos y a contribuir a sus fondos de pensiones (en Estados Unidos los ahorros previsionales de 100 ejecutivos –CEOs- de las mayores empresas del país son equivalentes a los de 116 millones de conciudadanos de la mitad más baja de ingresos del país). Esto es, se destinan a cualquier cosa menos a desarrollar los sectores que deberían beneficiarse con el comercio.
Por esta razón, y a pesar del incremento de los costos debido a las razones anteriores, el excedente sectorial del sector corporativo pasó de negativo a positivo. Como uno esperaría en un mundo racional, hasta hace poco la inversión corporativa era mayor que su ahorro en un monto equivalente al 4% del PIB en EE.UU. y alrededor del 5% en la Comunidad Europea. Sin embargo, ahora la inversión es menor en un monto equivalente al 8% del PIB en Japón y alrededor del 3% en el resto del G6 (salvo Francia).
TEOLOGÍA MATEMÁTICA
Sorpresa, sorpresa, este año no sólo el crecimiento de la productividad en Estados Unidos será negativo por primera en tres décadas, sino que también está estancado en Europa y Japón.
Esta combinación siniestra de altas utilidades y bajos niveles de inversión corporativa es también uno de los principales factores que impulsa en los mercados financieros la creciente asimetría entre la abundancia de liquidez y la escasez de activos financieros sólidos. Por eso, la facilidad para realizar una transacción financiera con un instrumento basura (sin mayor valor intrínseco) es la marca registrada del actual proceso de “financiarización”.
Según el economista jefe del Banco de Inglaterra (Banco Central del Reino Unido), este tipo de cifras reflejan un proceso de “auto-canibalismo” corporativo. Antes de Margaret Thatcher los accionistas se repartían en promedio 10 de cada 100 libras de utilidades corporativas; hoy se llevan entre 60 y 70 de cada 100. Y si antes un accionista se quedaba en promedio por seis años con una acción, ahora es por menos de seis meses. Tanto que nos decía Keynes (y otros antes que él): un capitalismo desregulado y con exceso de liquides (que en parte importante se debe al incremento de la desigualdad) se hace inevitablemente autodestructivo. Pero explíquele eso (allá y acá) a quienes su ingreso depende de no entender…
¿Cuando será el día que un economista neoliberal, en especial un nuevo convertido, pida perdón? (¿Qué tal uno que terminó de director de Aguas Andinas?). Y diga: “Lo nuestro era sólo teología matemática”. Si hasta el FMI ya se está renovando de vuelta…
Por eso los costos del comercio con China y México son reales, pero los beneficios son casi todos virtuales: en Estados Unidos el salario masculino promedio está estancado en términos reales hace 35 años (desde la elección de Reagan), y el femenino ha subido a penas a una tasa del 0,8% anual (y solo gracias a la regulación que intenta reducir la desigualdad de género). Y el salario mínimo ha caído más de un 20% desde la elección del “Gran Comunicador”. Mientras tanto, el ingreso promedio del 1% más rico ha crecido en un 170%, el del 0,1% en 325%, y el del 0,01% en 520%. Los economistas neoliberales les dirán (con cara de póker) que eso sólo refleja diversidad en los valores de las productividades marginales. Una proporción creciente de la población (tanto allá como acá) les dirá: por favor, ¡déjense de contar cuentos!
El problema es que cuando la gente pierde la paciencia, y los “progresistas” han sido incapaces de generar una ideología alternativa convincente (por estar demasiado alucinados con el poder y el dinero), se crean las condiciones ideales para los oportunistas picantes. En América Latina es cuento conocido. ¡Cómo nos hace falta un proyecto Bielsa en la política nacional! Generaciones nuevas empujan en esa dirección. ¡Suerte!
Y en una mediocridad como la actual caen justos y pecadores. Entre los últimos, y como una de las ironías más singulares de la historia contemporánea, por gentileza del Che Copete el TPP is no more.