Cruje la casa mientras avanza la mañana en Curarrehue. El Sol brilla desmedido y torna vaporosas las siluetas de las montañas que aprietan al pueblo. Es domingo y sólo se escuchan las charlas de bandurrias, gallinas y ladridos lejanos. De vez en cuando, un motor sacude la quietud de la ruta internacional, que aquí es además la avenida principal. Los viajeros no podrán ver la plaza porque el gobierno regional dispuso su refacción y entonces, una empalizada alta circunscribe el recinto. Detrás de la obra, a la misma altura de la bandera chilena flamea la wenu foye, la enseña del pueblo mapuche. Cada una en su mástil, las dos de proporciones exageradas. Crepitan frente al viento y dicen mucho en su incómoda convivencia. Unos pasos más allá una pareja de che mamül recuerda a los vecinos y pasajeros dónde están. Se alzan en una esquina de la sede municipal y miran hacia el puel.
La cinta de asfalto que divide Curarrehue debería profesar algún respeto. Desde el oeste y durante dos siglos, españoles primero y chilenos después se preguntaron de manera infructuosa dónde quedaba el boquete a través del cual los mapuche traían sus arreos enormes desde las pampas del Puelmapu. En el imaginario de los europeos y sus sucesores, la cordillera se instaló como una barrera más bien infranqueable, llena de misterios y peligros. Un macizo que alejaba aún más las distantes posesiones españolas en el Río de la Plata de Valdivia, el único poblado de la corona que pudo prosperar después del futra malon de 1598. Para los mapuche, las Futra Mawiza son un conjunto de poderosos newen a los que hay que respetar, nunca un obstáculo y menos aún factor de lejanía.
Ayer un par de jornadas a caballo, hoy apenas horas en vehículo. En los últimos tramos del lado argentino, la ruta cruza y transcurre varios kilómetros muy cerca del río Malleo. El invierno fue generoso en lluvias y nevadas, están crecidas sus aguas, rápidas y azules. Muy verde la multitud de sauces que delimita su recorrido. Quizás así de caudalosas estuvieran en 1881, cuando la jefatura argentina dispuso la primera Expedición al Nahuel Huapi, una operación que tuvo como objetivo terminar con la resistencia de los grandes longko, entre ellos, Ñankucheo. Los kona de entonces advirtieron que una columna militar bajaba desde el norte en forma más o menos paralela a la cordillera mientras que una segunda torcía desde el noreste hacia el sudoeste en cercanías del río Limay. La tercera partió desde más lejos para explorar por vez primera el legendario camino que unía Las Manzanas con Carmen de Patagones. Por vez primera para los wingka, claro…
Ninguna gloria
La literatura militar califica a Ñankucheo de feroz, obstinado, traicionero y otros epítetos que hacen poca justicia con la irreductible decisión de defender la libertad. Una calle neuquina de la actualidad continúa la mentira: Combate del Malleo… Es verdad que cerca de sus orillas los waiki y ülekaen intentaron oponerse a los Remington de los milicos, en exasperante desventaja. Pero en aquellos tiempos, los entreveros tenían que ver con la desesperada búsqueda de salvar a las familias del salvajismo de los invasores. No hubo gloria para los vencedores en el Malleo, como en ninguno de los hechos de armas de la Campaña al Desierto. Los partes no mienten: después de la sorpresa y el forzado enfrentamiento, las familias mapuche intentaron distanciarse del horror lanzándose a las aguas veloces del río. Puede intuirse hasta vergüenza en el relato militar, que describe cómo los tiradores se cansaron de sesgar vidas desde la orilla, cuando los vencidos luchaban además contra la fuerza del torrente. Arrastraron cuerpos y sangre las aguas, como hoy contagian vida. No, no hubo ni habrá gloria para los fusiladores del río Malleo. En cambio, la memoria de Ñankucheo se agiganta a medida que reverdece la memoria mapuche.
En el “museo vivo” de Curarrehue se cuentan algunas de estas historias. El recinto es la excusa principal de la Aldea Intercultural Trawpeyüm, un logro que se presenta hermoso ante los visitantes ávidos de cultura mapuche que también es atractivo para turistas. Memorias de mayores se hicieron textos gracias a trabajos de recopilación que se idearon de manera colectiva. En una de sus paredes, puede leerse entonces que Segundo Colpihueque Ancaquero supo del wingka malon, cuando anduvo por Ruca Choroy, del lado argentino. En sus recuerdos, los mapuche buscaron refugio en el cerro Carrilil y desde allí, pudieron repeler un ataque a piedrazos. Después, mientras cavaban un gran pozo en la montaña para persistir en la resistencia, emergió de sus entrañas un gran toro negro que pudo mantener a raya a los soldados, mientras los sobrevivientes se dispersaban entre cañadones y boquetes, aún desconocidos por los invasores. Hay otros relatos con angustias similares en la primera planta del “museo vivo” pero poca gente los lee. Hay verdades que todavía incomodan… El de Colpihueque Ancaquero no es el único que refiere acontecimientos que tuvieron lugar al este de la cordillera. En otro aparecen menciones a “guerrillas” que se armaron en Bariloche y Chubut, a las que se sumaron los antiguos de por aquí cuando Chile quiso “pacificar” la Araucanía. De manera implícita, los viejos mapuche de Curarrehue le dicen a quien quiera prestar oídos, que la frontera no está presente en sus recuerdos.
Colonialismo ambiental
A fines de 2015 ya no bajan columnas militares por las laderas de los cerros. El atropello continúa con la faceta ambiental de la colonización… En los mismos contornos que 130 años atrás se abrigaban tolderías y corrales, hoy se despliegan formaciones marciales de pinos con sus propias cargas de muerte. Ahora son los pehuenes los que deben resistir el avance extraño. Los parques nacionales que otrora sirvieron para concretar la apropiación estatal del territorio mapuche, parecen muy poca cosa si de conservar biodiversidad se trata. ¿Por qué debería la mapu diferenciar entre propiedad pública o privada? En el Paso Mamül Malal persisten pehuenes a uno y otro lado de los alambrados, fuera y dentro del Parque Nacional Lanín. Algunos de ellos estaban allí cuando España todavía no existía y Villarrica no estaba en los planes de nadie, pero sin embargo, el piñón ya era alimento para los mayores de los mapuche. Aquellos sabios ignoraban que atravesaban un paso porque jamás entendieron a un espacio como diferenciado del otro. ¿Por qué hacerlo si pehuenes existen tanto al occidente como el oriente cordillerano? Esta no es otra que la Pewenche Mapu, el territorio de la gente del pehuén. El extremo sudeste de la Araucanía chilena, el sudoeste de la provincia argentina de Neuquén.
En el puel, la ruta circunda la silueta afilada del volcán Lanín. El puesto aduanero se somete a su contundente presencia. Las nieves eternas que visten su mole pétrea lucen grises gracias al “polvo que vuela con el viento”. Al occidente, el valle del río Trankura también asume como imponente newen al mismo volcán, que desde aquí ofrece otra de sus caras. Asoma con ademán victorioso entre los bordes boscosos de la cordillera que los wingka entendieron como muro uniforme. Vigía atento ante el interminable afán por saquear y destruir: en julio de 2015, el Estado colonial aprobó la realización de un proyecto hidroeléctrico que de prosperar, terminará con la vida del río Pichi Trankura. La gente mapuche y no mapuche de Curarrehue lo sabe y por eso, enfrentó a funcionarios y empresarios durante el período que acaba de terminar: “a no bajar los brazos. El wingka no duerme pensando en cómo invadir, en cómo dominar… Entonces, nosotros y nosotras no debemos dormir pensando en cómo resistir, en cómo seguir luchando”, proclamó el lof Trankura para despedir 2015. Por el Trankura leufu y los demás, por cada wingkul y cada lafken, por el lemu y el lelfün, muchos herederos habrá en el Wallmapu del insomnio de Kalfükura.
Por Adrián Moyano