domingo, diciembre 22, 2024

La necesidad de otra escuela y de otra universidad: Entrevista al historiador Mapuche Pablo Mariman Q.

Pablo Mariman Quemenado ha puesto su empeño como historiador en la visión mapuche de su pasado y de su cultura. Construyó este pensamiento y modeló sus convicciones en los tiempos difíciles de la dictadura y a pesar de una educación pública que distorsionaba la historia y negaba toda figuración al pueblo mapuche. A este tema y a cómo, a su juicio, debiera reformarse la enseñanza, se refiere en la siguiente entrevista:

Comunicaciones ANIDE

coloquio mariman“Soy Pablo Mariman Quemenado. Mis padres migraron desde los campos de Botrolwe Trañi Trañi (cercanos a Labranza) a Santiago en la década del cuarenta. En esta ciudad fundaron y formalizaron su familia y luego de vivir en barrios de la zona norte finalmente se instalaron en la zona sur. Estudié en la escuela Quicaví, luego en la Escuela Consolidada de Experimentaciones, ambas en la población Dávila. La enseñanza media la hice en el Liceo Barros Borgoño, en el barrio Matadero. Todo esto entre 1973 y 1984. Posteriormente estudié Pedagogía en Historia y Geografía en la Universidad de la Frontera de Temuco y mediante postgrados en la Universidad de Chile me especialicé en Etnohistoria. Junto a algunos de mis hermanos somos la primera generación que se profesionalizó; aún así me desempeño de manera independiente en labores de docencia e investigación y como vivo en una comunidad –entre Chol Chol y Galvarino-,  también me dedico al campo”.

– De tus años de escolar y liceano, ¿puedes recordar cómo era la enseñanza de la historia de Chile en lo que respecta a la “conquista” y la “guerra de Arauco”?

– No recuerdo haber escuchado jamás el etnónimo mapuche; los profesores siempre se refirieron a los mapuche como indios o araucanos. La narrativa estaba marcada por la guerra y por un relato acerca de costumbres o hechos que no provenían de su lenguaje (mapudungun) y cultura (kimün), sino de terceros. Además, para nada vinculaban a esos personajes con los actuales. Esos contenidos eran ubicados en unidades relacionadas con la prehistoria de Chile y de América, con el denominado “descubrimiento” y “conquista”. La “colonia” era una confusión, pues desaparecían y luego reaparecían en la “república” de la mano del “rey de la Araucanía”, quien justificaba la “pacificación”.

Si en la básica mi disposición a los contenidos fue receptiva, en la media esta cambió. A algunos el contexto político de la dictadura y la adolescencia nos hizo irreverentes también en el aula, y así las clases se volvieron un espacio de disputa ideológica. Celis, mi profesor de Historia de 4° medio en el Borgoño, nos insistía en explicar -cada vez que le salía al paso a sus contenidos y comentarios etnocéntricos sobre lo mapuche- como había versiones rosadas y negras de la historia, por supuesto, el enfoque que yo le aportaba en clases pertenecía al “lado oscuro de la fuerza”. La convicción y actitud para rebatirle no las aprendí en la escuela, estaba en la práctica dialógica de mi familia y de mi participación en la organización Ad-mapu metropolitana, espacio del que obtenía formación, afecto, identidad y cartillas (me recuerdo una del GIA sobre economía mapuche, de José Bengoa) que luego difundía en el liceo.

– ¿Crees que hay un conflicto de verdades y de interpretaciones entre lo que realmente ocurrió y lo que plantea la historia oficial?

– Evidentemente que sí, pues al genocidio de la población originaria jamás se le ha llamado como tal; y al despojo de tierras, tampoco. Sí era importante comprender las obras, normas y personajes que nada tenían que ver con lo preexistente: los tajamares del Mapocho, la tasa de Esquilache o la de Gamboa, el corregidor Zañartu, eso era lo significativo a aprender. Hay una falsa premisa que se nos hizo transitar en nuestra formación relacionada con la imagen de una América de tierras despobladas y pueblos aislados. Entonces, todo sumaba para terminar comprendiendo o aceptando que lo mejor que pudo haber pasado era que llegaran conquistadores, o que su arribo no provocó tanto daño como se creía, o bien que la población originaria se diezmó por los virus.

Sabemos que la repartición del “nuevo mundo” se hizo entre las monarquías hispano-portuguesas y el papado. No consultaron a nadie, menos a los millones que vivían en Abya Yala(el nombre que el pueblo Kuna de Panamá y Colombia daba a este continente antes de la llegada de Colón). El acto de desposesión fue violento y origina en adelante la riqueza y el poder. Encomenderos y hacendados a quienes se les entregó mercedes de tierra y encomiendas de población dan origen al empresariado contemporáneo el cual nos muestran como un arquetipo económico, pero cuya práctica reproduce un hábitus colonial que dispone de la población y los territorios como simples “cosas”. Una cuestión clave es comprender la ideología, los valores y las relaciones de poder que median desde entonces al presente. A pesar de las discusiones entre juristas y clérigos como Vitoria o el Padre Las Casas, los llamados en adelante “indios”, así como quienes fueron traídos desde África, serán víctimas de crímenes de lesa humanidad hasta el presente.

La “independencia” y surgimiento de los Estados no superó la injusticia colonial; es más, la acentuó. Es bajo la “república” que el Estado liquida los Pueblos de Indios y conquista elngulumapu. Son 25 años de una guerra de invasión (1860-1885) de la cual no se habla sino como “pacificación”. Eso es tan sospechoso como referirse al golpe de Estado de 1973 como “pronunciamiento”. Esto es comprensible en el seno de una sociedad que engendra la violencia y no enfrenta ni repara el fenómeno de la suma de violaciones que la constituyen. Así como en el seno de una familia, o en el de un barrio, o un sindicato, no se dice ni hace nada por el niño/a abusado/a, la mujer maltratada, o el trabajador sobreexplotado, así también se des-responsabilizan de la situación contemporánea que viven los mapuche e indígenas en general.

– ¿Existe un trabajo de preservación de la memoria mapuche en torno a la conquista y la “pacificación de la Araucanía”?.

 – La “conquista” y la “pacificación” son periodificaciones propias de una forma de mirar la historia proveniente de la tradición historiográfica chilena, la que se ha transmitido por medio del sistema educativo y otras formas de difusión. Su base son los documentos escritos y organizados en archivos. La memoria mapuche parte de otra base epistemológica que nosotros compartimos y tratamos de proyectar. Me refiero a la ausencia de lo escrito en su conformación, por lo tanto, de un relato mediatizado por autores que patentan ideas o conocimientos. La memoria oral, que es en mapudungun, y ahora último en castellano, la portan la mayor parte de familias, comunidades y organizaciones. Esta no está normada por una academia, por lo que no existe una sola y exclusiva verdad o explicación. Muchas veces se traslapan hechos de uno y otro periodo en una sola lectura; por ejemplo, la narración de la “pacificación” se confunde –para nosotros preocupados de la precisión, del dato- con la conquista española; incluso los militares chilenos son identificados como españoles. Sí, es un error, pero en términos de significación es un acierto pues usan un término castellano (españoles) para remplazar o complementar una referencia -propia del mapudungun comowinka– al acto de invasión.

Junto a Sergio Caniuqueo, José Millalen y Rodrigo Levil escribimos ¡…Escucha Winka…! Allí está nuestra versión de esos pasajes de nuestra historia, pero también de lo que esperamos cambie a futuro. Con ellos y otros hemos hecho las historias locales de comunidades que nos han confiado esa significativa tarea. Esto lo entendemos como un deber social y político como integrantes del movimiento, pero también como la posibilidad de validarnos y realizarnos profesionalmente desde los parámetros mapuche que utilizamos.

– ¿Hay preocupación de los estudiosos de la historia sobre la necesidad de replantearse este tema?

– Sí, en la academia chilena hay corrientes que las hacen diferir en las conclusiones que obtienen. Por ejemplo, mediante un proyecto Fondecyt, Leonardo León viene estudiando los hechos de la “pacificación de la Araucanía” insistiendo en la colaboración que habrían tenido las jefaturas mapuche en ese acto. Él mismo ha sugerido, por medio de estudios sobre ventas de tierras en la zona fronteriza, que la “usurpación” de la misma -que denuncia cierta ciencia social y sobre todo mapuche- es circunscrita a casos o no es tal, lo que solo desperfila a un sujeto histórico que es versátil y dinámico. Estudios que prueban exactamente lo contrario -y que contaron con la participación de una pléyade de cientistas e historiadores- los encontramos en el Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas del año 2006.

En el ámbito mapuche los replanteamientos de la historia son prácticos como teóricos. El movimiento mapuche hace un diagnóstico de su situación y de los cambios que se requieren apelando a la historia en el cual el Estado en su fase de expansión militar es responsable de su empobrecimiento. El Centro de Estudios y Documentación Mapuche Liwen desde los años 80 y, ahora último, la Comunidad de Historia Mapuche, entre otros, han insistido desde un análisis de las relaciones interétnicas en que el despojo material de las tierras y los recursos naturales (para el fisco y los colonos), más la imposición de una única institucionalidad (la del Estado nación) junto a la conculcación de derechos como pueblo (de soberanía y autodeterminación), serían el caldo de cultivo de lo que denominan como situación y relación colonial con el Estado.

coloquio mariman– ¿Tienes una propuesta en torno a lo que los programas de educación debieran considerar a la hora de enseñar la historia de Chile?

– Más que una propuesta es una insistencia, pues se ha dicho antes. Lo significativo y útil es lo que sirve a las personas en el contexto de sus comunidades locales, en su cotidiano, en la crianza o en el trabajo. Bajo este principio es una desfachatez que los sujetos no sepan quiénes son ni de dónde provienen, por ejemplo, quiénes fueron, hicieron o sintieron sus propios abuelos y, sin embargo, deban aprender lo que dijo un “prócer” –por lo común un militar- hace dos siglos atrás. Eso demuestra el desgarro que provoca la imposición del Estado y su idea de nación por sobre la sociedad. Nos desafilian de nuestras redes reales para sumarnos a un constructo que es más ideal que real.

Si asumimos ese enfoque, entonces una consecuencia pedagógica debiera ser territorializar el currículum al perfil socio-cultural y lingüístico del alumnado, por lo que puede haber currículum superpuestos o en diálogo, más que un solo currículum impuesto. En lo que se refiere a la historia de Chile y mediante metodologías participativas e inductivas de reconstrucción del conocimiento, se debieran redescubrir las historias locales captando sus sentidos y tránsitos, configurando los mundos de posibilidades que se desarrollaron o frustraron y los sujetos que las protagonizaron e intervinieron. De seguro que esto ayudaría a tener empatía con la diversidad y a comprender las visiones de mundo, intereses y posiciones de todos –clases, grupos, géneros, etnias- quienes conforman la sociedad.

Si todo lo anterior pudiera concebirse como una reforma en el contexto de la tradición sociedad-escuela en Chile, y más en la diada calidad/equidad de la educación que hoy anima al movimiento estudiantil, lo segundo –lo referido a la historia y los conocimientos indígenas y mapuche en particular- lo propondría como un cambio radical, de raíz. Creo que así como las sociedades indígenas por derecho deben transitar a su autogobierno, en el ámbito educativo deben producir y reproducir conocimientos (valores, tecnologías, saberes, etc.) en espacios consagrados para ese fin. Es decir, ya no basta con que los programas y los currículum “los integren”, sino que éstos deben fundarse en sus conocimientos y lenguajes. Eso significa otra escuela, otra universidad, que no puede parecerse a lo que conocemos. No estoy inventando nada: hablo en los parámetros del derecho indígena (Convenio 169 y Declaración de la ONU) que es parte del actual marco jurídico del país. Mediante éste se nos debe reconocer, validar, promover y financiar nuestra institucionalidad propia y apropiada. Ese es el reto que nos queda y por el cual algunos ya están desvelándose.

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