sábado, noviembre 16, 2024

El matrimonio como institución. ¿Relación entre iguales o relación desigual?… Por Carola Pinchulef Calfucura

“Por último, entendiendo al matrimonio como institución social la cual insiste en perpetuar las desigualdades de género a partir de la sujeción de las mujeres. Me pregunto, ¿Será viable plantearse la idea del matrimonio como institución en términos de una relación entre iguales? Sí que lo es. Aunque me traten de loca -lo cual no me ofende- soy una convencida de que re-inventar la noción de matrimonio como institución es necesaria y totalmente barajable, así como creo que otro mundo es posible si partimos por considerar en todos los ámbitos de la vida la igualdad y equidad real y no de papel entre los géneros”.-

carol

Por Carola Pinchulef C.

Públicado en el Periódico OPCIÓN

Nº 307 Ecuador 16 al 31 de julio 2015.

Fuente: http://www.nodo50.org/opcion/02/matrimonio_como_institucion.php

Nuevamente me veo involucrada en un tema interesante, controvertido y retador que seguro a más de unx sacará ronchas, y no por el comentario que pueda expresar respecto a la superficialidad que envuelve la idea del “matrimonio” sino por la crítica que busco exponer con relación a la carga cultural y social que está implícita en esta transacción denominada “contrato matrimonial”. Ya presentada mi posición, lanzo mí primer dardo ¿Realmente podemos señalar que el matrimonio es un contrato como tal? Piense bien antes de responderse, tic-tac, tic-tac, tic-tac…¡Tiempo!

Aquí va mí segundo dardo, ¿Podríamos decir que el matrimonio es un acuerdo de voluntades mutuas, independientemente de lxs géneros que conforman esta unión? ¡Por favor! No se precipite en responderse si no tiene un análisis relativamente profundo que vaya más allá de la banalidad presente alrededor del concepto de matrimonio como tal. Sé que usted puede, ¡vamos, inténtelo!

Mientras se da la tarea de reflexionar sin importar sí se es solterx, casadx separadx, viudx o ninguna de las anteriores, quiero hacer una advertencia antes de poner mis puntos sobre la mesa. No sé si valorarlo como virtud, defecto, idiosincrasia “chilensis” o simplemente porque me tocó aprender, suelo estar casi siempre a la defensiva; es decir, como se dice en buen chileno, “me pongo el parche antes de la herida”.

Por qué puntualizo esto, se preguntará, porque estoy casi segura que más de alguien pensará que mi punto de vista está sesgado por mi formación en temas de género. Por lo tanto, debo estar ubicada de acuerdo a los estereotipos de género que se manejan como “la típica feminista que no solo odia a los hombres sino que además debe ser lesbiana”. Aprovecho de hacer un par de aclaraciones más. Sí me asumo feminista, no soy lesbiana; y sí así fuera no tendría problemas en reconocerlo. Y, por último, no odio a los hombres por el contrario me encantan.

Siguiendo con la puntualización. A quienes partan de ese argumento, les señalo desde ya que tienen, dos opciones antes de seguir leyéndome; me leen sin interrupciones e intenten masticar mis ideas aunque no se las traguen, y luego sacan sus propias conclusiones. O bien, me lee de principio a fin aunque no les parezca ni el más mínimo comentario aquí presente, para luego darse el trabajo de rebatir cada uno de mis argumentos; sí lo desea con una contra-columna, ¡Me encantaría! El derecho a réplica lo tenemos todxs, eso sí bien fundamentado, con buena redacción y sin faltas ortográficas ¡por favor, no sea malito!

¡Me pongo pilas y entro en materia! Hablar de voluntades nos lleva necesariamente a establecer un vínculo con el tema de autonomía y, a su vez, nos conduce a implicaciones de toma de decisiones. Por qué parto de esta idea, porque la construcción cultural y social que se maneja en torno al concepto del matrimonio no ha puesto reparos en cuestionar la posición de desventaja en la que se ubica una de las partes dentro de esta institución.

Si bien, las decisiones frente a la institucionalidad del matrimonio son tomadas de manera autónoma por ambas partes, no se puede negar que tales determinaciones nos colocan particularmente a las mujeres en posiciones desiguales e inequitativas frente a la contraparte (esposo) producto de la naturalización que se maneja socialmente sobre los roles de género. En este punto, mi interrogante va dirigida a mi género, ¿Por qué algunas mujeres por voluntad propia acuerdan subordinarse?

Sí hilamos fino respecto a la construcción cultural que existe en torno al matrimonio, podemos señalar explícitamente que es al hombre a quien la sociedad le otorga el poder o la voz de mando frente a la mujer en esta unión; es decir, el papel de la mujer en el matrimonio no es otro que la subordinación. En otras palabras, a la mujer se la obliga a ponerse “la soga al cuello” de tal manera que quede a vista y paciencia de todxs, que es ella por voluntad propia quien decide abiertamente “obedecer” a su esposo en el contrato matrimonial.

No obstante, entendiendo que esta voluntad es obligada, hoy, el aceptarla sin mayores reparos no deja de parecerme absurda. Hay que tener dos dedos de frente para no darse cuenta que tras esta somnolencia femenina debe existir una explicación. Lo que sí puedo entender es que nuestras mamás hayan aceptado sin chistar (reclamar) esta idea de matrimonio a partir de los roles de género preestablecidos, porque son de una generación muy distinta a la nuestra. Sin embargo, sigo sin comprender –no por ser caída de la mata- que en pleno siglo XXI algunas de mis congéneres continúen haciéndose las locas frente a este tema.

Frente a ello, quiero tirar un salvavidas. Si bien la respuesta no es fácil, tomaré partido por la que creo es la razón de fondo para que un número considerable de mujeres decidiera dar el paso siguiente; es decir, “fundir su idilio” bajo el manto del matrimonio; una institución desigual. Hablo de la construcción cultural del “amor romántico”. Qué quiero decir con ello, aquí les va, que nuestra cultura amorosa desde que somos pequeñas nos ha inculcado particularmente la televisión la idea del “príncipe azul”, la idea de que “el amor es eterno y maravilloso”, la idea de que “el matrimonio es para toda la vida”, así como también que “el amor fluye por sí solo”, y cuánta pendejada melosa más.

Con esto no quiero indicar que la culpa es solo de los medios de comunicación sino señalar que es una responsabilidad social compartida. En este sentido, la invitación va dirigida a hombres y mujeres a tomar una posición inquisidora –mientras antes mejor- frente al matrimonio como institución. Es necesario de una vez por todas sacarse la venda de los ojos y reflexionar cómo el patriarcado nos ha cagado a todxs la vida a partir de sus instituciones, las cuales en la actualidad siguen siendo manejadas desde una visión masculina.

Por lo tanto, si pensamos -por un momento- ¿Qué tan real es esta idea del “amor romántico” que nos venden? Sí fuera tan cierta, entonces, ¿Por qué las estadísticas de divorcio hoy son tan altas? Y, sí pienso en la vigencia que ha perdido el matrimonio en el último tiempo, menos me calza esta construcción cultural del amor idílico de pareja. Es un hecho que aunque la iglesia en la actualidad se mantiene, el matrimonio en términos cualitativo y cuantitativo no prospera.

Por último, entendiendo al matrimonio como institución social la cual insiste en perpetuar las desigualdades de género a partir de la sujeción de las mujeres. Me pregunto, ¿Será viable plantearse la idea del matrimonio como institución en términos de una relación entre iguales? Sí que lo es. Aunque me traten de loca -lo cual no me ofende- soy una convencida de que re-inventar la noción de matrimonio como institución es necesaria y totalmente barajable, así como creo que otro mundo es posible si partimos por considerar en todos los ámbitos de la vida la igualdad y equidad real y no de papel entre los géneros.-

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