Antes que Claudia Barattini fuera removida de su cargo, el ambiente al interior del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) estaba tenso. Sin embargo, ello no se debía a boletas falsas, asesoramientos discutibles o chequeras empresariales. Lo que no mencionaron las variadas columnas que difundían las crisis por las que atravesaba el CNCA, era el profundo debate en torno a la concepción de cultura que se inició a consecuencia de los acuerdos alcanzados con el mundo originario como resultado de la Consulta Previa a los Pueblos Indígenas, según el estándar del Convenio 169 de la OIT, a la que se sometió el proyecto de ley que creará el futuro Ministerio de las Culturas.
FUENTE: The Clinic
La Consulta Indígena que se realizó bajo la administración de Claudia Barattini, la que diseñó el intelectual mapuche José Ancan y que fue implementada por un equipo integrado entre otras figuras del mundo cultural indígena como los poetas Cesar Millahueique, Jaime Luis Huenun, Bernardo Colipan, entre otros. Importantes plumas indígenas que han emergido junto con la gran revuelta indígena de América Latina. Este equipo, luego de más de medio año de trabajo, efectuó una labor a lo largo de Chile de la cual emanaron resoluciones como que la futura institucionalidad dejara de llamarse “Ministerio de la Cultura”, para denominarse “de las Culturas” -con mayúsculas y “s”-. Además, los representantes de las nueve naciones originarias, señalaron que se debía reconocer, promover y respetar la pluriculturalidad preexistente en el país.
Tales acuerdos no eran meramente simbólico, sino además estructurales, ya que apuntan ni más ni menos que al desafío que los pueblos indígenas vienen señalando desde los 90’: conquistar el derecho a la autodeterminación. En ese aspecto, romper la hegemonía cultural, desde los ojos indígenas, es avanzar hacia la morenización de la misma y así construir un nuevo tipo de sociedad en que, los subordinados a la fuerza en los orígenes de la república criolla, sean respetados como sujetos portadores de los derechos universales contenidos en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los pueblos indígenas, del año 2007.
La concepción de cultura que en el proceso de Consulta Previa del CNCA sustentaron los representantes del mundo indígena, tal vez sea más integral que aquella que derivó luego del renacimiento y la ilustración, cultura entendida en esa ambigua aspiración del “ser culto”.
Para las nueve naciones originarias que firmaron el Acuerdo Nacional de la Consulta a los Pueblos Originarios, todo es cultura. La de antes y la de ahora. Tanto es así que en los debates suscitados al interior del mundo indígena fueron intensos. Para algunos la cultura indígena era la tradicional, aquella que había sobrevivido a pesar de la ocupación territorial y la chilenización forzada durante el siglo XX; como el oficio de la textilería; los escultores, orfebres y ceramistas, entre otras tantas expresiones de este exuberante mundo. Expresiones de resistencia cultural importantes en la morenización de los propios indígenas y portadores de la materialización de las cosmovisiones de los antepasados. Como sabemos, muchas de estas, bajo la expansión de la república fueron denominadas sencillamente como folklore.
No obstante, una importante gama de nuevos creadores indígenas señalaron que la cultura indígena también es contemporánea y debe ser vista desde el complemento que realiza a la tradicional. O mejor dicho, cómo la persistencia de la cultura tradicional que posibilitó que nuevas generaciones pudieran regenerar o renovar sus creaciones con los aportes de la modernidad. Para los que acostumbran a ver a las sociedades indígenas en pasado y quietas detrás del vidrio de un museo, la pianista Rapa Nui Mahani Teave sería un holograma; las pinturas de Eduardo Rapiman no serían “mapuche”, por-que-los-mapu-che-no-pin-ta-ban-en-los-tiem-pos-anti-gu-os y la poesía de Elicura Chihuailaf o el mismo Jaime Huenun sencillamente expresiones de indígenas “awinkados”.
A partir de este debate, los pueblos indígenas acordaron incorporar el concepto de “patrimonio cultural indígena”, el que está sujeto a la concepción de patrimonio inmaterial y territorial, es decir, a la cosmovisión y expresiones vivas de los pueblos originarios, que a su vez está suscrita a la relación con la tierra, los lagos, ríos, el mar, la flora y fauna. En general con el entorno natural en que sobreviven los pueblos indígenas, fundamentadas por normativas internacionales como UNESCO y la ya citada Declaración de los Pueblos Indígenas. En ese contexto, se acordó la creación de un Consejo de Pueblos Originarios en que estén representadas las nueve naciones originarias para decidir en las materias que tenga relación con ellos.
En ese mismo ámbito, un paso trascendental que dio esta consulta y que se debe a la metodología descentralizada que se realizó, fue el gesto de incluir en el proceso a los descendientes de la negritud de Chile, como es la comunidad afrodescendiente de Arica Parinacota. Aquellos que la historia tradicional plantea que no llegaron durante la Colonia porque no eran aptos para el clima o eran caros. La negritud irrumpió en las reuniones de la Consulta Indígena y pidieron ser reconocidos como un pueblo tribal. Sin duda, un desafío abierto hacia el futuro.
Posiblemente, este sea el principal legado que deja Claudia Barattini: la morenización y el inicio de un debate “desde abajo” en torno a la concepción de cultura que viene a disputar la hegemonía en la que esta se inscribe. A su vez, insertar al Ministerio en el debate político de algo que Chile aún no logra resolver: su carácter plurinacional y por ende la necesidad de avanzar en un nuevo tipo de contrato social en que los descendientes indígenas sean visto como sujeto de derechos universales.
De llevarse a la práctica estos acuerdos vinculantes, Chile podrá estar en sintonía con lo que ocurre en América Latina y no desfasado de ella como ocurre hoy. Sería, además, una forma de revertir el daño que se hizo a los antepasados de los pueblos originarios. Sin duda que la memoria de los Selknam, que fueron cazados en las pampas australes por colonos chilenos y extranjeros, no sólo lo agradecerían como un gesto de “buena fé” de un Estado frecuentemente cuestionado, al que restan aun varios derechos que garantizar a los pueblos originarios.