Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar/
«Yo soy Nisman», «Je suis Charlie Hebdo», son consignas que fueron furor en las redes sociales en las últimas semanas. Sin embargo, la nueva muerte de un joven pobre (¿otra vez a manos de la policía?) fue ignorada por casi todos.
Por Rodrigo Lugones
Conocí a Ismael allá por los años 2009/2010 (no soy muy bueno con las fechas). En ese momento tocaba con Javier, su cuñado (un gran bajista del cual me distancié, unos años más tarde, por cuestiones personales). Charlamos en varias oportunidades y hasta nos hemos tomado alguna cerveza mientras charlamos de rocanrol. Le gustaban Los Gardelitos y La Renga. Un pibe como cualquiera.
Vivía en Libertad y solía ir muy seguido para la casa de Javi, sobre todo a la tarde, en ese momento en el que el sol pega lo suficiente como para aplacarlo con una «fresca». No fuimos amigos, fue una relación circunstancial y mediada la que mantuvimos y, sin embargo, esto no evita la sorpresa que me despertó la noticia, la bronca, y la sensación de impotencia. Cuando vi su foto en las redes sociales su cara me remitió a algún conocido. Suele pasar, cuando uno es habitué de ciertos ambientes, cuando uno se relaciona en ciertos entornos, conoce mucha más gente de la que puede recordar y es difícil que pueda identificarla.
Mi duda permaneció conmigo hasta ayer, cuando charlaba con un amigo sobre el hecho, y me dijo que quién había muerto era, sin más, que el “cuñado de Javi”. Las fuerzas de (in)seguridad, una vez más – parece – llevaron adelante, de manera natural, el plan que, consciente o inconscientemente, el sistema tiene para los pibes humildes (como lo hizo con Walter, Luciano y Rubén).
Sin embargo, paradójicamente, nadie «es» Ismael. Todos dijeron «ser» Nisman, todos, hipócritamente, fueron Charlie Hebdo (claro, el pensamiento dominante es eficaz, efectista, tuitero). Pero, al día de hoy, todavía no vemos miles de hashtag que marquen tendencia mundial pidiendo justicia por un pibe muerto, de barrio, negro, y del palo del rock and roll. Obviamente, la autoconciencia pacata es selectiva, no «confunde».
Las limitaciones del actual proceso político sin duda son muchas. Sin embargo, su valor reside en lograr poner en el centro de la escena los principales debates que las sociedades contemporáneas deben dar (vemos hoy como Podemos y Syriza toman rumbos similares a los latinoamericanos). Lo que logra el espíritu de este tiempo es generar discusiones «hacia adentro», incluso, del mismo espacio político. Porque una construcción real rebasa los límites de sus propias imposibilidades, y crea lo nuevo.
Lo que necesitamos, para que no haya más Ismael, ni Luciano, ni Rubén, es profundizar un camino de transformación política, que cuestione los fundamentos y los supuestos básicos sobre los que se estructura la sociedad argentina. La batalla es cultural, ideológica, política, económica, y por la búsqueda de justicia (justicia social, justicia legal). No podemos permitir retrocesos de estas características, que nos hablan de una lógica perimida, retrógrada, reaccionaria. Es en estos acontecimientos donde esa vieja frase de Gramsci toma su radical potencia: «lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer».